Sé de
quienes me leen con saña. Me han contado de cartas a la dirección,
de comentarios de pasillo y hasta de reuniones con cuadros de alto
rango en las que en vez de ponerse de acuerdo para solucionar el
problema, el orden del día ha sido un punto: descuartizar a la
periodista. Pero lo de esta semana echa por tierra mi floreciente
carrera de “villana”.
En casi
nueve años de ejercicio no había recibido una lectura que
desencadenara en un desacuerdo colectivo en público. Por lo general
llega el “me gustó” del beneficiario, un agradecimiento
telefónico o a nivel de acera,
sin argumentos en cuanto al texto en sí mismo, a lo que omitió o
mal refirió. A pesar del lastre imperdonable de aún carecer de
estudios de recepción, sin que al menos termine de tabularse la
encuesta circulada en el semanario meses atrás, casi hasta nos hemos
convencido en catarsis de aniversario,
de que escribimos para los jefes y solo existimos para un público
envejecido.