martes, 28 de julio de 2015

Niños


Llegan con la piel arrugadita o los cachetes hinchados, y con una engañadora flacidez. Unos nacen coronados y a otros el tiempo los habrá de coronar. Abren los ojos sin vernos, pero caen en el regazo sabiendo las coordenadas exactas del pecho de mamá.
 
Empiezan a advertirnos como sombras, aunque han ido conformando con olores nuestro perfil. Cuando ya notan ciertos rasgos, semejante descubrimiento marca para los adultos el momento de encubrir. Porque su cuerpo todo es la arcilla de moldear.
 
Luego caminan, corren, brincan. Acarician, besan, aman. Gritan, refunfuñan y regañan. Porque imitar la imagen no implica lograr pulida semejanza. Ellos crecen para ser espejo también del mal sabor del desamor, de las utopías confiscadas.
 
Blanquean la simiente de cumpleaños a cumpleaños. La llenan de nietos y, en lamentables casos, de reclamos. Pasa cuando comprueban que el mundo no gira alrededor de un ombligo. Mas el cordón se corta solo una vez, los lazos vitales, nunca.
 
Entonces el ciclo se repite. Quienes fueron los pequeños siguen siéndolo a los ojos de los padres, de los abuelos y los tíos. En cambio emprenden el viaje a la semilla cuando abultados vientres, con marcas de sexo o no, alimentan el presagio de los niños, los únicos que nos mejoran lo humano y que a pura inocencia logran de nuestra existencia cada día.

miércoles, 1 de julio de 2015

Gorrión Desgreñado y...


El libro no era para mí, aunque habría de leerlo por las dos. No me imaginaba a mis treinta volando la aventura de un pajarillo con miedos que sale al encuentro de su ciudad. Pero Alma estaba acabada de salir del “cascarón”, y quería explorar sus respuestas ante esa lectura. Entonces comenzó nuestro paseo de la mano de Niurki Pérez, la autora del mapa de afectos por Camagüey, titulado Gorrión Desgreñado y el viejo alfarero (Ediciones El Lugareño, 2013).