lunes, 8 de agosto de 2016

Mipa


Cuando tuve conciencia de mi abuelo Mipa, ya pasaba el día en la casa de tablas y pencas de palma, en un pueblito en las afueras de la ciudad de Camagüey. La caminata de la parada del hospital psiquiátrico al confín de Las Cruces nos parecía interminable a mi hermano y a mí, hasta que nos volvía la curiosidad con el asomo de las primeras casitas, después de un kilómetro yermo a ambos lados del terraplén.

La mayoría de las veces estaba como esperándonos, sentado en el taburete que recostaba en el portal. De mañana podíamos encontrarlo buscando la leche o desyerbando el platanal de machos, a un costado de la entrada. Por economía del espacio enredaba las matas de frijol en la cerca divisoria con la propiedad de los Ochoa, y había fiesta si descubría un ñame, su cosecha de la paciencia.

Mi abuelo Mipa era un hombre de silencio, el complemento perfecto para mi abuela Mima, la mujer más habladora que he conocido. Él reía o callaba mientras ella recordaba las peripecias de su vida, desde jovencita como empleada de servicio en haciendas de ricachones, hasta las casi interminables mudanzas en el reacomodo del hogar cuando ya sumaban once hijos.

De Mipa sé muy poco. Fue camionero en un contingente de la construcción y no estoy segura si ejerció de carpintero, aunque conocía los secretos del oficio, porque todos los muebles de entonces salieron de sus manos. Por exceso de modestia, tal vez pensó que no tenía nada interesante que contar, o prefirió enmudecer los desgarramientos de la existencia.

Su silencio escandaloso le llevó a ocultar tantos dolores del cuerpo, que cuando habló ya era demasiado tarde. Hoy hace diez años que Mipa se nos murió, ya en otra casa, sin matas de plátanos, sin ñame, y donde la sombra nacía de una salvadera. Seguía con el azadón, pero desyerbando el jardincito.

Mima hace el mayor de los esfuerzos, contra lo humano posible, para que no se note su ausencia. Sigue contando historias por los dos, igual que por los dos me ha leído en el periódico y me ha visto por la televisión, lo que tanto anhelaba Mipa para cuando me hiciera periodista. Por las vueltas de la vida, soy yo quien lo mira y lo encuentra cada día en los ojos de mi hija.

miércoles, 3 de agosto de 2016

La isla en el cuerpo



 
La Isla del Fuego es un curioso escenario en las aguas de Great South Bay, donde cada año sucede uno de los festivales de danza más importantes de Estados Unidos, dedicado a la recaudación de fondos para la lucha contra el sida. Nunca había bailado un cubano, hasta hace unos días cuando Jesús Arias Pagés y Armando Gómez Brydson, del Ballet Contemporáneo Endedans, abrigaron en sus pasos la metáfora de la nación.

Como un grano de arena dentro de un plato, una cosa mínima pero reconfortante” califica Jesús la sensación de saberse la mayor Isla antillana, de trasmitir la mejor de las energías desde el título a lo profundo de la obra Abrazo perdurable (Lasting embrace), de Pedro Ruiz, coreógrafo cubano-estadounidense que colabora con la compañía desde el 2014.

La isla en el cuerpo



 
La Isla del Fuego es un curioso escenario en las aguas de Great South Bay, donde cada año sucede uno de los festivales de danza más importantes de Estados Unidos, dedicado a la recaudación de fondos para la lucha contra el sida. Nunca había bailado un cubano, hasta hace unos días cuando Jesús Arias Pagés y Armando Gómez Briydson, del Ballet Contemporáneo Endedans, abrigaron en sus pasos la metáfora de la nación.

Como un grano de arena dentro de un plato, una cosa mínima pero reconfortante” califica Jesús la sensación de saberse la mayor Isla antillana, de trasmitir la mejor de las energías desde el título a lo profundo de la obra Abrazo perdurable (Lasting embrace), de Pedro Ruiz, coreógrafo cubano-estadounidense que colabora con la compañía desde el 2014.