No
quiero hablar de la muerte, sino de la ausencia de vida un día como
hoy que algunos celebran como divino. Este viernes magulla el vacío
por mi primo Iván y detona el pistoletazo de diciembre en vez de la
luna dulce de marzo, cuando Lennon y Yoko instaban al amor y no a la
guerra desde la suite presidencial del Hotel Hilton.
Iván nunca fue santo de nada, acaso por ser mala cabeza hasta los tuétanos. Con el tierno alias de “Sinsonte”, se adentraba en la maleza a traficar el alma, sabrá Dios con quién, o acaso el Diablo mismo. Igual de escurridizo se nos escapó con 39 años en el 2011. Nadie podía sospechar que aquel roble se apagara de un soplón.
Él no pensaba ni nacer cuando otro 29 Lennon y Yoko se quedaron en Amsterdam para protestar desde una cama holandesa, contra la invasión a Vietnam. Usaban como blasón el rostro de humanas intimidades. Ahora ella tiene 80 y ha recorrido sin John parte del camino hacia la paz como auténtica guerrera.
Iván vivió grandes placeres, entre más intensos más prohibidos; nos dejó con sus dos niños y debió irse con angustias en lugar de alivios. Yoko también se dio al intenso gozo y al desgarramiento del dolor. La japonesa ha recordado el aniversario 44 de sus nupcias con una foto a las supuestas gafas ensangrentadas de John, con Manhattan de fondo.