¿Cómo ser madre?, me
preguntaba desde que estabas en el vientre. Solo era hija hasta hace
muy poco y, por mucho que se aconseje, no es cosa que se aprenda de
un manual. Y para mi sorpresa, las mejores lecciones me las has dado
tú, mi doctora en ciencias de la maternidad.
A la vuelta de pocas
semanas despejaste mis dudas, me quitaste los miedos con el lenguaje
de miradas por palabras, con que me dices a cada instante que soy
todo para ti.
Me has llenado de regalos
diarios con ojos de azul que me traen el dulce recuerdo de tu
bisabuelo Mipa, aunque la ascendencia del color también la disputa
tu abuelo paterno.
El mayor de los placeres
brota cada mañana cuando floreces con amplia sonrisa a punto de
carcajada, y comienzas con tanto ajetreo con el ansia de saltar de la
cuna a mi regazo.
No hay pesadumbre cuando
a media madrugada me despiertas con cierto lloriqueo porque te
orinaste y porque además tienes hambre. Sigo siendo inmensamente
feliz.
Ante la cercanía del
segundo domingo de mayo, todos los pensamientos y deseos de los hijos
van para mamá, pero yo he querido hacer una excepción. Aunque este
es solo el comienzo de un lazo de por vida, quiero agradecerte, mi
niña, por darme la posibilidad de andar este camino infinito de ser
y querer ser madre.