Las
recientes presentaciones del Ballet Contemporáneo Endedans me
confirmaron una esencia: hay en la danza una infinitud que se
advierte en difusos límites humanos, cuando el alma se superpone al
cuerpo del bailarín.
Llevaba
un tiempo alejada de cuanto acontecía en el Teatro Principal de
Camagüey, y este domingo marcó mi regreso al “escenario” del
palco, porque nada es el público sin el complemento de su artista, y
viceversa.
Dicen
que la primera resulta siempre la mejor de las funciones, pero mi
niña que no alcanza los dos años, solo me “dio permiso” para la
última, y a esa fui a comprobar o refutar lo que tanto había
anunciado en Adelante digital.
Llegué con la tercera campanada, las luces se apagaron de súbito, a tientas encontré el asiento, y comenzó todo en un abrir y cerrar de ojos.
Este
no era el colectivo que había dejado de ver por dos años, aquel de
rupturas en el escenario, de coreografías de desgarramiento; ya no
es la compañía que fundara Tania Vergara en el 2002.
Pero
algo me decía que seguía siendo Endedans, más allá del nombre;
una certeza que emergía de los cuerpos recién llegados, la mayoría,
signados por la terquedad clásica de la academia.
Tal
vez por eso alguien me dijo extrañar movimientos desbordados con el
juego de la luz, la acción impredecible de la escena, de
grandilocuente teatralidad al ritmo del baile de la música.
En
parte le comprendí, porque hubo mesura en las obras, que no limita
el sentido humano al tratar álgidos temas del ser.
Se
nota además el sello de Pedro Ruiz, el coreógrafo representado por
excelencia, con una danza refinada, pero con el sabor punzante de lo
contemporáneo.
Lisandra
Gómez y Jesús Arias me demostraron la ganancia de virtuosismo, de
la que tanto se habla, en la madurez de sus interpretaciones,
evidencia del crecimiento profesional.
Ahora
dirige la compañía la profesora Yaylín Ortiz, con experiencia
clásica como exbailarina del Ballet de Camagüey,
directora nueva en el panorama de las agrupaciones danzarias de la
provincia.
Ella
ha asumido el reto tremendo de encauzar un colectivo que en sus
prácticas será reflejo de su particular sentido de la danza, en la
justa medida de sus empeños creativos.
Confieso
que ayer no abrí la agenda, porque las energías de la tarde
escribían sobre mí, entre aplausos de una parte del teatro y
sonrisas de la otra; en el callado esfuerzo de un grupo que estrena
el año sin rutinas.
Llevaba
un tiempo alejada de nuestro coliseo principal, y este domingo me
produjo un agradable retorno, volví a danzar como público, en la
complicidad con el Ballet Contemporáneo Endedans, una compañía que
sigue bailando con el corazón.
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