Todavía
no lo creo. Ya se me ha ido un diez. Intenté celebrarlo en grupo, y
a la hora de la verdad todo se hizo mentira. Cumplo una década de
graduada y heme aquí, armando la fiesta a teclazo limpio. Tengo una
razón poderosa: he logrado la coincidencia de lo que me gusta con lo
que hago. Puedo tirar la casa por la cuartilla. Nada limita la cifra
de mis afectos.
Cuando
el
lead
me resultaba ancho y ajeno, yo era sustancia de una noticia. Con mi
grupo se estrenó la carrera de Periodismo en la Universidad Central
Martha Abreu de Las Villas, en septiembre del 2002. Sin negar que la
calle es aula para el oficio, agradezco mucho la forja de aquellas
clases. Desde las prácticas notábamos que no íbamos igual que los
de Oriente, al parecer poco daban; ni los de La Habana evidenciaban
el rigor de nuestro claustro.
Para
seguir por la cuerda de las distinciones, y por eso de “los
primeros” y “los únicos de su tipo”, tan recurrente en las
notas informativas, remarco mi condición de orgullo: ser La
Camagüeyana entre avileños, espirituanos, villaclareños y
cienfuegueros. Así quiso servirse gratis la soledad,
fundamentalmente a la hora de viajar, pero fue catalizador para no
encerrarme en piñas territoriales.
Hoy
veo con mayor claridad el aula universitaria como laboratorio de
incertidumbres que cuajan, de afirmaciones que se desdibujan. Fuera
de los límites del idilio escolar, la realidad sigue trastocando los
rumbos. Éramos casi 30 y en la actualidad poco más de 10 vivimos en
Cuba (mal) ganándonos la vida de periodistas.