Todavía
no lo creo. Ya se me ha ido un diez. Intenté celebrarlo en grupo, y
a la hora de la verdad todo se hizo mentira. Cumplo una década de
graduada y heme aquí, armando la fiesta a teclazo limpio. Tengo una
razón poderosa: he logrado la coincidencia de lo que me gusta con lo
que hago. Puedo tirar la casa por la cuartilla. Nada limita la cifra
de mis afectos.
Cuando
el
lead
me resultaba ancho y ajeno, yo era sustancia de una noticia. Con mi
grupo se estrenó la carrera de Periodismo en la Universidad Central
Martha Abreu de Las Villas, en septiembre del 2002. Sin negar que la
calle es aula para el oficio, agradezco mucho la forja de aquellas
clases. Desde las prácticas notábamos que no íbamos igual que los
de Oriente, al parecer poco daban; ni los de La Habana evidenciaban
el rigor de nuestro claustro.
Para
seguir por la cuerda de las distinciones, y por eso de “los
primeros” y “los únicos de su tipo”, tan recurrente en las
notas informativas, remarco mi condición de orgullo: ser La
Camagüeyana entre avileños, espirituanos, villaclareños y
cienfuegueros. Así quiso servirse gratis la soledad,
fundamentalmente a la hora de viajar, pero fue catalizador para no
encerrarme en piñas territoriales.
Hoy
veo con mayor claridad el aula universitaria como laboratorio de
incertidumbres que cuajan, de afirmaciones que se desdibujan. Fuera
de los límites del idilio escolar, la realidad sigue trastocando los
rumbos. Éramos casi 30 y en la actualidad poco más de 10 vivimos en
Cuba (mal) ganándonos la vida de periodistas.
También
nos ha pasado algo interesante. Si las circunstancias nos privaron
del abrazo verdadero, Facebook
nos ha juntado en otro tiempo real; de hecho, en esa red social
matriculamos como el grupo I
Graduación de Periodismo UCLV.
Ha sido un espacio para actualizarnos de todo, incluso para el
disentimiento en público, si bien nunca pensamos igual, en el aula
no éramos grandes opuestos.
Tampoco
he vuelto a aquel punto de la carretera a Camajuaní, campus de
entorno delicioso y de efervescencia para las ideas. Desde la
nostalgia conservo con amor todo lo que me pasó, incluso las sombras
de la beca, la zozobra en fines de año sin pasaje a casa, la
cicatriz de la rodilla por correr en los Juegos Criollos, porque
creía que a esa velocidad se alcanzaba la marca de alumno integral.
No
fui la mejor estudiante ni me avergüenza decir que en el primer
semestre estaba en la lista negra de clasificados como insalvables.
Sin embargo, aunque mi índice académico no alcanzó el cinco fue
válido para el Título de Oro con el que tanto sueñan los padres.
Hay
incidencias en la vida, como cabos sueltos, que ensambladas cobran
profundo sentido. Llegué al Periodismo por idea de una tocaya, para
ganar un rato fuera de la Vocacional con el pretexto de la prueba de
aptitud. Entonces no recordaba que un chico en la secundaria se la
pasaba llamándome “CNN en Español”.
A
esta altura, ya la universidad es memoria, recuerdos nítidos con los
que aún sueño. En Santa Clara buscaba respuestas para lo que ahora
solo encuentro preguntas. ¿Qué representa mi década de graduada? A
esa verdad solo accede la persona que me faltaba en la universidad,
la única que enfoca mis derroteros. Elevo la copa de vino agrio por
nuestros primeros diez años de angustias y esperanzas. Lector,
brindo por ti.
Y yo brindo por ti.... quiero leerte cuando lleves dos diez + seis como yo. Felicidades.
ResponderEliminarEntonces te aviso. Gracias por llegar y comentar. Un abrazo.
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