Pudiera
escribir desde las etiquetas del “ser nacional” y de la
representación iconográfica de la cultura, que tanto afloran en la
Jornada de la cubanidad, siempre del 10 al 20 de octubre. Pero me
niego a repetir el eslogan, caldo de cultivo para los forcejeos por
despojarnos definitivamente del corazón latiente de la nación.
El camagüeyano Luis Álvarez sustenta que “(…) el factor de la cultura como importante catalizador de la concreción nacional insular ha sido en lo esencial ignorado”. Lo prueba en la tendencia de ver la formación de la nacionalidad desde lo político y lo económico, aunque ya ganan terreno lo sociológico y lo antropológico.
Las
tensiones Estados Unidos-Cuba nos sitúan en un lugar desafiante, y
urge la incidencia en la realidad, aparejada con la transformación
de la mentalidad. En cambio, ¿cómo se interpretan las situaciones
culturales? Desde el triunfo de la Revolución se apela al esfuerzo
personal desde la ejecutoria colectiva, pero en los sesenta el
cineasta Tomás Gutiérrez Alea señalaba vigentes limitantes:
“(…)
No es tarea fácil porque cuando crees que tienes todos los elementos
en la mano, todos los instrumentos necesarios para acometerla, se
tropieza con la incapacidad de la gente, la falta de organización,
lo irracional, lo absurdo… todo eso que han dado en llamar las
condiciones
subjetivas”.
La política cultural convirtió prácticas de elite en privilegio de mayorías, y llevó a la gran escena expresiones marginadas. Mas, los círculos legitimadores siguen estando donde las estructuras, no donde el talento. El relevo se mantiene en el anonimato. Los saberes populares aún no se miden como cultura.
Cuando se habla de consumo, se enfatiza en la cultura artística literaria, más que en los medios o en los espacios de sociabilidad. Cuesta razonar, y mucho más asimilar de manera consciente las dinámicas de nuestro tiempo, asociadas a las tecnologías.
Los teóricos avalan que toda forma cultural se justificada en la medida en que tenga un sentido humano, pero como advirtió Carlos Marx: “La cultura, si se desarrolla espontáneamente y no es dirigida conscientemente (…), deja tras sí un desierto”.
¿Cómo vamos releer el pasado y analizar la contemporaneidad si la investigación del pensamiento cultural cubano es una esfera temática por develar, aunque tengamos en José Martí a un precursor aquí de la perspectiva culturológica?
Nuestros pensadores han desbrozado el camino, falta calibrar el peso de quienes enseñan a rasguñar la piedra como hizo un problematizador, Fernando Martínez Heredia: “(…) Tenemos una escandalosa necesidad práctica de ideas, que nos conduzcan no sólo a rechazar, sino a construir”.
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