miércoles, 4 de septiembre de 2013

Vindicación de Varona



A Varona lo han manchado al frente de la escuela. Alguien, pensemos que fue uno aunque todo indica lo contrario, tomó una crayola azul y arañó la hermosa imagen con que Martí lo retrató tan solo con tres palabras: flor de mármol. El monumento al gran pedagogo lleva más de un mes con garabatos. La gente pasa, mira, tal vez no le dice nada el busto de un viejito enjuto que mira al pre del Casino.

Cuando le mientan a Enrique José Varona, el habitante común sabe que nació en nuestro Puerto Príncipe, que fue maestro y, saltando inmediatamente a La Habana, que ya anciano fue el mentor de los jóvenes del tiempo de Mella. Quizá ignore que habló cerquita con Martí, a quien le llevaba cuatro años de edad y al que conoció en una velada del Liceo de Guanabacoa, cuando el lugareño ya era uno de los encendidos polemistas del siglo XIX cubano, con una intensa actividad intelectual como periodista, crítico, poeta, filósofo, educador y estadista. Muerto el Apóstol, dirigió y fue uno de los principales editorialistas del periódico Patria.

Si alguien vive en la calle San Ramón, mencionará de un chispazo que la identificación actual de la vía más larga de Camagüey, es la del santo y la seña de aquel principeño. Por eso en el lejano 1923, el Ayuntamiento le cambió el nombre a la plazoleta de San Ramón, por el de plaza Enrique José Varona. Seis años después se mandó a construir el busto, pero sucedió algo inesperado.

Los constructores equivocaron la dirección y emplazaron la pieza al frente del Instituto de Segunda Enseñanza. Fíjese si se chequeaba a pie de obra, que del error se dieron cuenta seis o siete años después. En 1937 se construía el parquecito que debía llamarse Arturo Fernández Garrido, capitán del Ejército Libertador, sin embargo, Varona estaba allí. Como dijo mi colega Eduardo Labrada, era más fácil cambiar el nombre que trasladar la pieza.
Hay algo raro en esa historia, pero ahora no tenemos líneas para averiguarlo. De todas formas, con seguridad este hombre puente, como lo llamó Medardo Vitier, agradeció el singular destino que le permitía seguir rodeado de estudiantes y estar pendiente de que los profesores enseñaran a aprender, a consultar, a investigar.
Varona fue vicepresidente de la República y encabezó la reforma integral de la educación desde la enseñanza primaria hasta la universidad. Quería que los colegios fueran talleres, no teatros para declamar. Ese ideal de ciudadano autónomo lo encarnó él mismo, cuando se dio a la lectura de clásicos, antiguos y modernos, porque su gran escuela fue la biblioteca de su padre.
Con autodidactismo se hizo de una cultura enciclopédica. Cuentan que desde los once años estudiaba idiomas, conocía inglés, francés, italiano, portugués, alemán, griego y latín; también aprendió sánscrito y árabe. Por su Oda con motivo de la muerte de Gaspar Betancourt Cisneros ganó en los primeros juegos florales de su tierra natal, y cuando marchó a La Habana, a los 20 años, había que escucharle y leerle. En círculos especializados se ha asegurado que su pensamiento determinó en gran medida lo que se pensó y se escribió en Cuba durante medio siglo.
A Varona se le recriminó que no fuera hombre de acción, incluso se miraba con desconfianza el hecho de que se alzara en Las Clavellinas e inmediatamente regresara a Puerto Príncipe, por problemas de salud. Pero su campo de batallas fue el de las ideas. Algunos querían clonar el verbo encendido de Martí, al Martí que las mismas recriminaciones machistas le segaron la vida. No por gusto Marinello expresó que le tocó “andar todos los días peleando con los modos irresponsables de su pueblo”.
A través del Positivismo, su credo filosófico, canalizó su previsión de la Ciencia como fundamento para un nuevo orden social. Empleó por vez primera en Cuba, el concepto de imperialismo con rigor científico. Pudo ser eslabón de generaciones, como ilustra la posibilidad de conversar con Maceo y, cruzado el siglo, con los muchachos irreverentes de los años ´20 y ´30.

El peruano Edwin Elmore propuso un congreso continental dedicado a ese hombre que nació en cuna de oro el 13 de abril de 1849. El escritor uruguayo José Enrique Rodó lo reconoció como maestro de la juventud latinoamericana y Pablo de la Torriente Brau, desde el Presidio Modelo, le agradeció por los cubanos. Por la solicitud de Mella, presidió la fundación de la FEU.

Varona murió a los 84 años, con la satisfacción del derrocamiento de Machado. El busto del Camagüey fija el año 1933. Aquel viejito murió joven, dijo su discípulo Raúl Roa, un 19 de noviembre.

Ante la afrenta a su monumento, pienso en uno de los cientos de aforismos y reflexiones que legó: “No busques la verdad en lo que el hombre dice, sino en lo que hace”. ¿Qué nos quiso decir en sus textos y qué nos pudo decir con su vida? Todavía muchos cubanos lo desconocen, todavía no se lo han preguntado.

1 comentario:

  1. Qué bien, Yanetsy, que lanzas esta invitación a que rescatemos en Camagüey a este gran tocayo mío. ¡Cuánta falta nos hace su guía, ahora mismo!

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