El
amarillo ha batido hoy un récord en Cuba. Alguien invitó a llenar
los árboles con cintas de ese color y la gente, como un árbol,
salió de la casa prendida al lazo. Quien
tenía una prenda ambarina o de matices con parentesco, tomó la
pieza del ropero y echó a andar por esta rara suerte de espontánea
moda colectiva.
Unos escucharon por primera vez que connotaba la esperanza de la familia norteamericana que espera al hijo de la guerra; otros ni se enteraron. Esa ausencia para Martha Jiménez se tradujo en una gran cinta atada al taburete vacío de su famoso conjunto de la Plaza del Carmen, en Camagüey.
Múltiples iniciativas pintaron la solicitud del cubano por el regreso de otros cuatro a quienes les privaron los colores de la libertad al norte del archipiélago. El amarillo en los cubanos, aún inconscientemente, ha emergido como luz, estímulo, voluntad, entendimiento, amor a la libertad.
Habrá quien prefiera los acentos negativos del color más contradictorio, pero habrá muchos que hoy sintieron optimismo, aunque no sospechen que deben el buen ánimo al amarillo.
Por
lo pronto créame a mí que, sin ser supersticiosa me ha animado a
pesar de las ausencias. Se lo aseguro yo que busqué mi vestidito
amarfilado.