A
Varona lo han manchado al frente de la escuela. Alguien, pensemos que
fue uno aunque todo indica lo contrario, tomó una crayola azul y
arañó la hermosa imagen con que Martí lo retrató tan solo con
tres palabras: flor
de mármol.
El monumento al gran pedagogo lleva más de un mes con garabatos. La
gente pasa, mira, tal vez no le dice nada el busto de un viejito
enjuto que mira al pre del Casino.
Cuando
le mientan a Enrique José Varona, el habitante común sabe que nació
en nuestro Puerto Príncipe, que fue maestro y, saltando
inmediatamente a La Habana, que ya anciano fue el mentor de los
jóvenes del tiempo de Mella. Quizá ignore que habló cerquita con
Martí, a quien le llevaba cuatro años de edad y al que conoció en
una velada del Liceo de Guanabacoa, cuando el lugareño ya era uno de
los encendidos polemistas del siglo XIX cubano, con una intensa
actividad intelectual como periodista, crítico, poeta, filósofo,
educador y estadista. Muerto el Apóstol, dirigió y fue uno de los
principales editorialistas del periódico Patria.
Si
alguien vive en la calle San Ramón, mencionará de un chispazo que
la identificación actual de la vía más larga de Camagüey, es la
del santo y la seña de aquel principeño. Por eso en el lejano 1923,
el Ayuntamiento le cambió el nombre a la plazoleta de San Ramón,
por el de plaza Enrique José Varona. Seis años después se mandó a
construir el busto, pero sucedió algo inesperado.
Los
constructores equivocaron la dirección y emplazaron la pieza al
frente del
Instituto de Segunda Enseñanza. Fíjese si se chequeaba a pie de
obra, que del error se dieron cuenta seis o siete años después. En
1937 se construía el parquecito que debía llamarse Arturo Fernández
Garrido, capitán del Ejército Libertador, sin embargo, Varona
estaba allí. Como dijo mi colega Eduardo Labrada, era más fácil
cambiar el nombre que trasladar la pieza.
Hay algo raro en esa
historia, pero ahora no tenemos líneas para averiguarlo. De todas
formas, con seguridad este hombre
puente,
como lo llamó Medardo Vitier, agradeció el singular destino que le
permitía seguir rodeado de estudiantes y estar pendiente de que los
profesores enseñaran a aprender, a consultar, a investigar.
Varona fue vicepresidente
de la República y encabezó
la reforma integral de la educación desde la enseñanza primaria
hasta la universidad. Quería que los colegios fueran talleres, no
teatros para declamar. Ese ideal de ciudadano autónomo lo encarnó
él mismo, cuando se dio a la lectura de clásicos, antiguos y
modernos, porque su gran escuela fue la biblioteca de su padre.
Con autodidactismo se
hizo de una cultura enciclopédica. Cuentan que desde los once años
estudiaba idiomas, conocía inglés, francés, italiano, portugués,
alemán, griego y latín; también aprendió sánscrito y árabe. Por
su Oda
con motivo de la muerte de Gaspar Betancourt Cisneros
ganó en los primeros juegos florales de su tierra natal, y cuando
marchó a La Habana, a los 20 años, había que escucharle y leerle.
En círculos especializados se ha asegurado que su pensamiento
determinó en gran medida lo que se pensó y se escribió en Cuba
durante medio siglo.
A
Varona se le recriminó que no fuera hombre de acción, incluso se
miraba con desconfianza el hecho de que se alzara en Las Clavellinas
e inmediatamente regresara a Puerto Príncipe, por problemas de
salud. Pero su campo de batallas fue el de las ideas. Algunos querían
clonar el verbo encendido de Martí, al Martí que las mismas
recriminaciones machistas le segaron la vida. No por gusto Marinello
expresó que le
tocó “andar todos los días peleando con los modos irresponsables
de su pueblo”.
A
través del Positivismo, su credo filosófico, canalizó su previsión
de la Ciencia
como fundamento para un nuevo orden social. Empleó
por vez primera en Cuba, el concepto de imperialismo con rigor
científico. Pudo
ser eslabón de generaciones, como ilustra la posibilidad de
conversar con Maceo y, cruzado el siglo, con los muchachos
irreverentes de los años ´20 y ´30.
El
peruano Edwin Elmore propuso un congreso continental dedicado a ese
hombre que nació en cuna de oro el
13 de abril de 1849. El
escritor uruguayo José Enrique Rodó lo reconoció como maestro de
la juventud latinoamericana y Pablo de la Torriente Brau, desde el
Presidio Modelo, le agradeció por los cubanos. Por la solicitud de
Mella, presidió la fundación
de la FEU.
Varona
murió a los 84 años, con la satisfacción del derrocamiento de
Machado. El busto del Camagüey fija el año 1933. Aquel viejito
murió joven, dijo su discípulo Raúl Roa, un 19 de noviembre.
Ante
la afrenta a su monumento, pienso en uno de los cientos de aforismos
y reflexiones que legó: “No busques la verdad en lo que el hombre
dice, sino en lo que hace”. ¿Qué nos quiso decir en sus textos y
qué nos pudo decir con su vida? Todavía muchos cubanos lo
desconocen, todavía no se lo han preguntado.
Qué bien, Yanetsy, que lanzas esta invitación a que rescatemos en Camagüey a este gran tocayo mío. ¡Cuánta falta nos hace su guía, ahora mismo!
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