jueves, 8 de agosto de 2013

Sócrates y la Cruzada


La Cruzada Literaria ha tejido una imagen aventurera para los que año tras año salen al encuentro del público en el ancho Camagüey. 

Con esa práctica de andar cuaderno en mano y guitarra en ristre, también ha insuflado entre los participantes el vital sentido de grupo, de gente dispuesta a llegar a cualquier lugar sin andar poniendo condiciones. Pero no todo ha sido leer y cantar.

Hay un lado audaz de este evento nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) al que no siempre miramos: su ineludible ruta al pensamiento. La lectura personal de esos jóvenes de diferentes provincias acerca de su experiencia de viaje es tan interesante como el intercambio colectivo sobre asuntos relacionados con la creación.

El pasado miércoles, la sesión reflexiva abrió con una suerte de clase poco común, “mayéutica por excelencia”, concordaría un filósofo si hubiera sido testigo. Ante la situación de un panel incompleto, por razones ajenas a la voluntad de los organizadores, solo dos de los anunciados debieron asumir el conversatorio. De los monólogos que suelen ser esos paneles, en los que por lo general se conversa con los ojos sobre el papel, el de aquella mañana rompió el protocolo y se convirtió en un espacio interactivo.

Luis Álvarez, no por gusto reconocido por la AHS con el Premio Maestro de Juventudes, y Mariela Pérez-Castro, fundadora de la Cruzada, presentaron el tema con la misma rapidez con que empezaron a asegurar las respuestas del auditorio ante sus preguntas para desentrañar el tópico del programa “Enfrentamiento y ruptura en la poesía cubana contemporánea”.

Allí salieron a relucir dos posturas, una inclinada a la importancia de la contradicción para la renovación, y otra enfilada a lo perjudicial del rebatimiento, todo ello para caer en el tema de las generaciones, erróneamente aplicado en concordancia con las diferencias de edades, y no como corresponde, alrededor de un grupo con un líder artístico, con experiencias compartidas, un profundo vínculo amistoso, la defensa de puntos pariguales, de una estética y una proyección cultural general, y en especial, por la voluntad del escritor. Eso lleva a cuestionar ¿quiénes somos? ¿qué compartimos? ¿quién es el jefe?

El fructífero diálogo propició una cartografía atinada de ese mapa de la poesía cubana, pendiente de un balance justo, y de verdades tremendas como el aislamiento de la producción internacional. No solo para la poesía el factor económico de las limitaciones editoriales lacera la producción creativa.

Se señaló algo medular, relacionado con los estilos de lectura. “La importancia de la lectura es muy grande porque implica cómo leemos el pasado. El lector elige de época en época. No es que la poesía envejezca, sino que la recepción puede cambiar”, señalaba Luis Álvarez, al tiempo que ejemplificaba con un molde de lector en el (mal) gusto extendido en la población de “poesía romántica, de modernismo ramplón”.

La importancia de la selección personal, el señalamiento a quienes escriben pensando en el jurado, la práctica de cuestionar las personas y los estilos y no la validez de una propuesta, la falta de crítica especializada, la necesidad de preguntarse adónde van los poetas y cómo defender el espacio de la poesía... todo emergió entre criterios diversos. Era inevitable pensar en la máxima de Sócrates, aquel empecinado en lograr discípulos con conocimiento propio: “Lo mejor del arte que practico es, sin embargo, que permite saber si lo que engendra la reflexión del joven es una apariencia engañosa o un fruto verdadero.

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