jueves, 12 de septiembre de 2013

Amarillo


El amarillo ha batido hoy un récord en Cuba. Alguien invitó a llenar los árboles con cintas de ese color y la gente, como un árbol, salió de la casa prendida al lazo. Quien tenía una prenda ambarina o de matices con parentesco, tomó la pieza del ropero y echó a andar por esta rara suerte de espontánea moda colectiva.

Unos escucharon por primera vez que connotaba la esperanza de la familia norteamericana que espera al hijo de la guerra; otros ni se enteraron. Esa ausencia para Martha Jiménez se tradujo en una gran cinta atada al taburete vacío de su famoso conjunto de la Plaza del Carmen, en Camagüey.

Múltiples iniciativas pintaron la solicitud del cubano por el regreso de otros cuatro a quienes les privaron los colores de la libertad al norte del archipiélago. El amarillo en los cubanos, aún inconscientemente, ha emergido como luz, estímulo, voluntad, entendimiento, amor a la libertad.

Habrá quien prefiera los acentos negativos del color más contradictorio, pero habrá muchos que hoy sintieron optimismo, aunque no sospechen que deben el buen ánimo al amarillo.
 Por lo pronto créame a mí que, sin ser supersticiosa me ha animado a pesar de las ausencias. Se lo aseguro yo que busqué mi vestidito amarfilado.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Vindicación de Varona



A Varona lo han manchado al frente de la escuela. Alguien, pensemos que fue uno aunque todo indica lo contrario, tomó una crayola azul y arañó la hermosa imagen con que Martí lo retrató tan solo con tres palabras: flor de mármol. El monumento al gran pedagogo lleva más de un mes con garabatos. La gente pasa, mira, tal vez no le dice nada el busto de un viejito enjuto que mira al pre del Casino.

Cuando le mientan a Enrique José Varona, el habitante común sabe que nació en nuestro Puerto Príncipe, que fue maestro y, saltando inmediatamente a La Habana, que ya anciano fue el mentor de los jóvenes del tiempo de Mella. Quizá ignore que habló cerquita con Martí, a quien le llevaba cuatro años de edad y al que conoció en una velada del Liceo de Guanabacoa, cuando el lugareño ya era uno de los encendidos polemistas del siglo XIX cubano, con una intensa actividad intelectual como periodista, crítico, poeta, filósofo, educador y estadista. Muerto el Apóstol, dirigió y fue uno de los principales editorialistas del periódico Patria.

Si alguien vive en la calle San Ramón, mencionará de un chispazo que la identificación actual de la vía más larga de Camagüey, es la del santo y la seña de aquel principeño. Por eso en el lejano 1923, el Ayuntamiento le cambió el nombre a la plazoleta de San Ramón, por el de plaza Enrique José Varona. Seis años después se mandó a construir el busto, pero sucedió algo inesperado.