domingo, 20 de septiembre de 2015

Acento nuestro


El Papa Francisco ha ofrecido su primera misa en Cuba. Una multitud le seguía expectante en todo el archipiélago. El argentino casi octogenario llegó a la plaza de nuestro Apóstol a elogiarnos el gusto por la amistad y la belleza, a decirnos que nos ve andar con esperanza, porque tenemos la vocación de grandeza.

"Quien no vive para servir, no sirve para vivir", fue su frase rotunda. Por eso aconsejó la lección de María, de mantener el corazón despierto y atento a las necesidades de los demás. Por eso no pudo dejar de mencionar a Colombia y la homilía versó sobre la necesidad de paz.

El Papa Francisco sabe de fórmulas del amor, y las logra muy bien, porque desde mucho tiempo atrás, cuando seguro no se le ocurrió que un día sería el Papa, era ducho en asuntos de la sustancia, porque se formó como ingeniero químico. Quizá por eso un regalo de cumpleaños, ¿coincidencia o no?, fue el 17 de diciembre del año pasado, con las intenciones públicas de acercamiento del gobierno cubano y el norteamericano, un vecino que no ha sido tan de barrio.

Voces, claves y violines lustraron la espléndida mañana de domingo. Faltan dos misas en Cuba. Creyentes o no alistan el equipaje para ver de cerca a este hijo de las venas abiertas de nuestro continente, que en su persona vindica nuestra historia. Europa ha tenido que mirar a América Latina.

"No se olviden de rezar por mí", ha pedido con humildad. Y al final del acto religioso me ha asaltado una pregunta. ¿Qué me deja hoy el Papa Francisco? Una voz dulcísima, un acento nuestro, un mensaje humano.

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