El
Papa Francisco ha ofrecido su primera misa en Cuba. Una multitud le
seguía expectante en todo el archipiélago. El argentino casi
octogenario llegó a la plaza de nuestro Apóstol a elogiarnos el
gusto por la amistad y la belleza, a decirnos que nos ve andar con
esperanza, porque tenemos la vocación de grandeza.
"Quien
no vive para servir, no sirve para vivir", fue su frase rotunda.
Por eso aconsejó la lección de María, de mantener el corazón
despierto y atento a las necesidades de los demás. Por eso no pudo
dejar de mencionar a Colombia y la homilía versó sobre la necesidad
de paz.
El
Papa Francisco sabe de fórmulas del amor, y las logra muy bien,
porque desde mucho tiempo atrás, cuando seguro no se le ocurrió que
un día sería el Papa, era ducho en asuntos de la sustancia, porque
se formó como ingeniero químico. Quizá por eso un regalo de
cumpleaños, ¿coincidencia o no?, fue el 17 de diciembre del año
pasado, con las intenciones públicas de acercamiento del gobierno
cubano y el norteamericano, un vecino que no ha sido tan de barrio.
Voces,
claves y violines lustraron la espléndida mañana de domingo. Faltan
dos misas en Cuba. Creyentes o no alistan el equipaje para ver de
cerca a este hijo de las venas abiertas de nuestro continente, que en
su persona vindica nuestra historia. Europa ha tenido que mirar a
América Latina.
"No
se olviden de rezar por mí", ha pedido con humildad. Y al final
del acto religioso me ha asaltado una pregunta. ¿Qué me deja hoy el Papa
Francisco? Una voz dulcísima, un acento nuestro, un mensaje humano.
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