...Y si vas al Cobre, quiero que me
traigas
Una virgencita de la Caridad,
Yo no quiero flores, yo no quiero
estampas,
Lo que quiero es Virgen de la
Caridad...
(Fragmento
de “Veneración”, de Miguel Matamoros)
Si
le pregunta a un cubano por alguno de los sitios que le gustaría
visitar, ya sea por curiosidad o por acto de Fe, con seguridad
responde “El Cobre”, en Santiago de Cuba. Como constancia de la
visita regresaría a casa con su estatuilla de la Virgen de la
Caridad del Cobre y piedrecitas del mineral, aunque de pequeño
aprendiera en Historia de la invención de los dioses para explicar
fenómenos naturales y esotéricos, todavía acendrados en el
imaginario colectivo.
De
no asumir las muestras de espiritualidad del hombre como actitud
común y sin fronteras, ¿cómo explicar la ofrenda del
norteamericano Ernest Hemingway a la Patrona de Cuba de la medalla
concedida en 1954 con su Premio Nobel de Literatura; o las
dedicatorias a “Cachita”, como trascendió en el argot popular
cubano, de ciudadanos anónimos y personalidades?
Yo
también visité el célebre poblado, en mis tiempos en la
Universidad Central de las Villas, en Santa Clara. Un grupo de
amigas, con parejas o conocidos, nos lanzamos a la aventura, aunque
tal vez lo más de Indiana Jones vino al regreso, en aquel traumático
tren regular. No se me olvida la oferta de la comunidad: refresco de
cañandonga y pizza de puerco. Tengo fotos para testificar, claro, no
del refresco ni la pizza, sino de El Cobre.
A
200 metros del pueblo se halla la mina de cobre más antigua de
América Latina, explotada desde 1530. Los españoles encontraron un
mineral idóneo para la industria bélica pero al descubrir los
metales preciosos de Potosí, Guancavelita y Guanajuato, desestimaron
el yacimiento. Sin embargo, el impulso de la inversión extranjera en
el siglo XIX colocó a Cuba como el quinto productor mundial de
cobre. Aun así, se estudió mejor la economía azucarera de
plantación.
Cuando
pienso en El Cobre también acudo al documental Ave María,
de Gustavo Pérez Fernández y su peculiar enfoque del
inagotable debate del hombre entre el espíritu y la materia. El
agotamiento de las reservas a cielo abierto y la imposibilidad por su
costo para la minería subterránea provocó el cierre en el 2001 de
la principal fuente de empleo de la zona. La casualidad tendió sus
redes entre un rasgo distintivo de la identidad nacional, la devoción
a la Virgen, y alternativas de supervivencia a través de oficios
desde la venta de cirios y flores, la artesanía y la aparición de
un minero temerario que busca los restos del mineral para el adorno
de las estatuillas de la Virgen.
El
rodaje duró una semana y la obra, un exquisito poema visual, 54
minutos. Ave María
capta el sonido “entre terrible y maravillosos de El Cobre”, al
decir de Oneyda González, la guionista, por la natural simbiosis de
aves silvestres, el campanario, las maquinarias de la planta y la
Steel Band del pueblo que toca desde un tema de Benny Moré hasta el
Ave María, de Franz Schubert. También es meritoria
la fotografía de Wilfredo Pérez, quien contrasta el esplendor de la
Sierra Maestra y el ecosistema agreste alrededor de la laguna azul
victoria, otrora zona agrícola rica en frutales.
El
tema del asedio a visitantes naturales y foráneos para estimular el
consumo de souvenir resulta recurrente por el rechazo de los propios
cobreros. Gustavo Pérez lo narra de forma lineal, basta con el
testimonio de los personajes, representativos, como aquel tallador
con una filosofía popular perfilada en los 20 años que lleva
fabricando estatuillas de la Virgen.
Ave
María remite al proceso de
transculturación de la cultura cubana, alrededor del hecho mítico
de la aparición del a virgen mestiza en la Bahía de Nipe, como
consta en el Archivo de Indias. El peregrinaje inicial de
comerciantes por la producción económica fundamental de este
territorio oriental propagó la creencia al resto de la Isla. Por eso
a principios del siglo XVIII en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, comienzan a
levantarse templos a la Caridad del Cobre, tendencia extendida luego
al Occidente.
El
mérito del documental de Gustavo Pérez, con su buen tino para
escudriñar en zonas de nuestra realidad, radica en la reivindicación
del arraigo de los cobreros a la actividad cuprífera, tradición que
valida a El Cobre como la mina proveedora también de una expresión
cultural insoslayable de la identidad cubana, escondida detrás de
las estampas y las flores.
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