martes, 8 de septiembre de 2015

Contrapunteo en la mina cultural de El Cobre


...Y si vas al Cobre, quiero que me traigas
Una virgencita de la Caridad,
Yo no quiero flores, yo no quiero estampas,
Lo que quiero es Virgen de la Caridad...

(Fragmento de “Veneración”, de Miguel Matamoros)


Si le pregunta a un cubano por alguno de los sitios que le gustaría visitar, ya sea por curiosidad o por acto de Fe, con seguridad responde “El Cobre”, en Santiago de Cuba. Como constancia de la visita regresaría a casa con su estatuilla de la Virgen de la Caridad del Cobre y piedrecitas del mineral, aunque de pequeño aprendiera en Historia de la invención de los dioses para explicar fenómenos naturales y esotéricos, todavía acendrados en el imaginario colectivo.

De no asumir las muestras de espiritualidad del hombre como actitud común y sin fronteras, ¿cómo explicar la ofrenda del norteamericano Ernest Hemingway a la Patrona de Cuba de la medalla concedida en 1954 con su Premio Nobel de Literatura; o las dedicatorias a “Cachita”, como trascendió en el argot popular cubano, de ciudadanos anónimos y personalidades?

Yo también visité el célebre poblado, en mis tiempos en la Universidad Central de las Villas, en Santa Clara. Un grupo de amigas, con parejas o conocidos, nos lanzamos a la aventura, aunque tal vez lo más de Indiana Jones vino al regreso, en aquel traumático tren regular. No se me olvida la oferta de la comunidad: refresco de cañandonga y pizza de puerco. Tengo fotos para testificar, claro, no del refresco ni la pizza, sino de El Cobre.

A 200 metros del pueblo se halla la mina de cobre más antigua de América Latina, explotada desde 1530. Los españoles encontraron un mineral idóneo para la industria bélica pero al descubrir los metales preciosos de Potosí, Guancavelita y Guanajuato, desestimaron el yacimiento. Sin embargo, el impulso de la inversión extranjera en el siglo XIX colocó a Cuba como el quinto productor mundial de cobre. Aun así, se estudió mejor la economía azucarera de plantación.

Cuando pienso en El Cobre también acudo al documental Ave María, de Gustavo Pérez Fernández y su peculiar enfoque del inagotable debate del hombre entre el espíritu y la materia. El agotamiento de las reservas a cielo abierto y la imposibilidad por su costo para la minería subterránea provocó el cierre en el 2001 de la principal fuente de empleo de la zona. La casualidad tendió sus redes entre un rasgo distintivo de la identidad nacional, la devoción a la Virgen, y alternativas de supervivencia a través de oficios desde la venta de cirios y flores, la artesanía y la aparición de un minero temerario que busca los restos del mineral para el adorno de las estatuillas de la Virgen.

El rodaje duró una semana y la obra, un exquisito poema visual, 54 minutos. Ave María capta el sonido “entre terrible y maravillosos de El Cobre”, al decir de Oneyda González, la guionista, por la natural simbiosis de aves silvestres, el campanario, las maquinarias de la planta y la Steel Band del pueblo que toca desde un tema de Benny Moré hasta el Ave María, de Franz Schubert. También es meritoria la fotografía de Wilfredo Pérez, quien contrasta el esplendor de la Sierra Maestra y el ecosistema agreste alrededor de la laguna azul victoria, otrora zona agrícola rica en frutales.

El tema del asedio a visitantes naturales y foráneos para estimular el consumo de souvenir resulta recurrente por el rechazo de los propios cobreros. Gustavo Pérez lo narra de forma lineal, basta con el testimonio de los personajes, representativos, como aquel tallador con una filosofía popular perfilada en los 20 años que lleva fabricando estatuillas de la Virgen.

Ave María remite al proceso de transculturación de la cultura cubana, alrededor del hecho mítico de la aparición del a virgen mestiza en la Bahía de Nipe, como consta en el Archivo de Indias. El peregrinaje inicial de comerciantes por la producción económica fundamental de este territorio oriental propagó la creencia al resto de la Isla. Por eso a principios del siglo XVIII en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, comienzan a levantarse templos a la Caridad del Cobre, tendencia extendida luego al Occidente.

El mérito del documental de Gustavo Pérez, con su buen tino para escudriñar en zonas de nuestra realidad, radica en la reivindicación del arraigo de los cobreros a la actividad cuprífera, tradición que valida a El Cobre como la mina proveedora también de una expresión cultural insoslayable de la identidad cubana, escondida detrás de las estampas y las flores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario