lunes, 4 de abril de 2016

Candita


Candita Batista estaba como dormida. Tenía el gesto de sueño profundo después de la más agotadora actuación, como si el cansancio no le hubiera dado tiempo a lavar el rostro con agua fresca, aunque lucía rozagante su piel negrísima. Ya cumplidos los 99 le empezaban a asomar arrugas. Los labios, rojos, intensos. Su típico moño grande arriba con turbante, en esta ocasión chantú cristal, por el vestido azul pastel. Azul, le fascinaba ese color, igual que el amarillo, por la Virgen.

Con Angelitos negros abrió en 1983 su peña en aquel célebre rincón, a un costado de la puerta de su casa en la calle Cristo número dos. Ella y Filo Torres hicieron de esa cochera un santuario de la música popular cubana. Estuvo cerrado desde antes de la muerte del viejo trovador. Mas, ironías de la vida en razones de familia: hace unos meses el espacio sublime del Rincón de Candita es renta de una paladar.

A sus pies, el Título de Hija Ilustre de la provincia, uno de los múltiples diplomas con que prefería decorar su modestísimo hogar. Al lado del reconocimiento, 15 medallas de consagración a la cultura nacional. En derredor, muchas flores; sin embargo, era imperceptible el aroma, ni siquiera el olor de la concurrencia.

Un señor de camisa lánguida entró de súbito y en seguida se acercaron los presentes. Era el Padre Paquito, que ese sábado le había dedicado la misa. Llegó hasta allí por el lazo del bautismo, por cristiana en sus raíces y creyente en su fe. Al invitar a las plegarias dijo: “Candita morirá cuando nosotros la olvidemos”. Nunca, entonces.

En efecto, ella tenía su fe. Tendida, mostraba los collares de Changó, Obatalá, Ogún, Orula y llevaba el Idde. Cuenta su amiga Elia Peláez que no se quitaba los collares ni para dormir. El gusto por las gangarrias era otra cosa, del atuendo cotidiano de diva auténtica. “Nací con la música”, me confesó una vez sin vanidad, con el sano orgullo de Vedette Negra de Cuba, una condición que le dio el pueblo.

Candita no recibió todo lo que mereció, pero para su suerte y la nuestra se dio sin esperar a cambio. Quería cantar y el padre no vaciló ante su educación artística, a pesar de la penuria. Muy joven debutó en 1936 en la Sociedad Victoria y fue la primera mujer en Camagüey acompañada de una orquesta, la reina de la música afrocubana que incursionó en el filin y acrecentó la fama. En múltiples escenarios se le vio con Lola Flores, Charles Aznavour, Josephine Baker, Nat King Cole, Rosita, Lecuona, Celina, el Bola... Y un hombre de alteza real le comunicó su amor con insinuaciones en cubitos de hielo.

Su sobrino Roberto, técnico pecuario, asegura que de la familia entera era la única con don musical, la última viva de nueve hermanos. La longevidad confiere desgarramientos de ventaja. Candita perdió a su hijo Bebito hace unos ocho años. Más de 50 atrás la marcó otra tragedia cuando Faustina quedó en el parto. Entonces inscribió al sobrino como hijo suyo, su consentido Luis.

Un llanto de violín se expande en la funeraria La Caridad. Gerardo González nunca ha tocado así, ni en la Sinfónica ni en la orquesta danzonera La Bella Época. Iba a todas las peñas con Filo, porque además le gustaba acompañar a Papito García. Después de dos piezas, pasa al principio del Ave María de Schubert y en transición se desborda en Angelitos negros. La conmoción resulta inenarrable.

El sepelio se fijó a las dos de la tarde. La Banda Provincial de Conciertos guió desde la calle Desengaño hasta la entrada del cementerio. En el camposanto se escuchaban notas lejanas hasta que apagaron. Cerca del panteón de los mártires, en osario estatal, despidió el duelo Sergio Morales, con la consternación suya y de Miguel Barnet, a título de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

A pesar de la injuria del audio defectuoso, más de un hombre lloró al escuchar en presencia de su cuerpo la voz de Angelitos negros, porque Candita Batista es la voz de esos ángeles, voz de contraltos con registros muy agudos y a su vez con graves muy bien definidos que motivaron a Simón Roberto a calificarla entre las cubanas más afinadas del cancionero popular.

Bajó en el ataúd cubierta con la bandera nacional, escoltada con aplauso de público. Cuando la tumba se cubrió de flores, el actor Gaspar Sánchez King, sin actuaciones, cantó el tema afro que ella le había pedido, aunque no consiguiera los tambores.
 
Quizá no todo el que la admiró pudo ir, ni siquiera la masa popular que ella veneraba. No pasaron de cien los camagüeyanos, sus admiradores, sus leales de la peña dominical con el grupo Mokekeré en la Casa de la Trova, de la que solo se ausentó por el primer ingreso el pasado 29 de febrero. Dicen que entre lapsus de isquemias planeaba una gira a Europa y el regreso a tiempo para celebrar sus 100 el tres de octubre con los muchachos de la Asociación Hermanos Saíz.

Todavía pienso que Candita Batista está durmiendo y ansío que despierte para el gran placer de su sonrisa, esa sonrisa espléndida de bondad con la que entró en mi corazón aquella tarde cuando, muerta yo de miedo por pocas semanas de aprendiz de periodismo, toqué su puerta para mi primera entrevista.

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