El
testarudo escritor Obdulio Fenelo quiere vivir del libro. No lo
consiguió escribiendo ni con relatos para Quemar
las naves
ni con los de Un
día después de la tristeza.
Porque eso de los premios y los derechos de autor tienen más de
simbólico que de metálico. Pero desde hace dos años parece
encontrar la vía. Sacó patente, abrió una librería y, sin
desterrar el oficio de sus cuartillas, se dedica casi por entero a
las páginas de otros, porque ahora Obdulio Fenelo también es un
vendedor.
“No hay muchos libreros en Camagüey. Casi todos han ido cerrando”, me cuenta al tiempo que atiende a los clientes de su puesto ocasional, a la sombra de uno de los frondosos árboles del Casino Campestre. Él marca una letra distinta en el corazón de la Feria del Libro, el único de los vendedores por cuenta propia insertados allí.
Después de repasar la mesa, un joven le pregunta de qué va El diablo ilustrado. Pocos años atrás era una suerte de best seller dentro del evento cultural cubano, se propagaba de boca en boca. Cada vez hay menos títulos buscados, aunque al menos se procura por alguno. Entonces Obdulio Fenelo le detalla el texto de consejos para jóvenes que aparece poco porque se dejó de publicar. Ahí muestra ejemplar único.
“Los que más caros se pagan son los best seller de moda, vienen de afuera. Hay un público que increíblemente sigue ese circuito internacional”, y aunque no me precisa ni siquiera su mayor precio pagado como lector, considera despreciado ese segmento, enseguida cubierto de otra manera porque abunda quien ofrece servicios de alquiler.
“Prefiero a alguien leyendo novela rosa, que no leyendo, porque la novela rosa es un trampolín. Soy defensor de toda la literatura, de que el mercado del libro se abra en Cuba”.
En efecto, hay de todo en su modesto stand: El proceso, de Frank Kafka; Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carrol; y un desgastado De amor y de sombras, de Isabel Allende, la autora más solicitada igual que cuanto lleve la firma de Gabriel García Márquez. Asimismo encuentro libros de uso, textos de hipnosis, de adaptación de animales domésticos, de producción avícola y fabricación de pan...
“Hay lectores muy ávidos de literatura para oficios. De eso hay una escasez terrible igual que de ciencias sociales, psicología, periodismo; y de algo que se vende como pan caliente: la autoayuda. En Cuba la autoayuda se ve como pseudoliteratura y solo se publica lo de psicólogos de universidad”.
Como escritor, Obdulio Fenelo sigue considerando la Feria necesaria, porque “ la literatura ha sido una de las más desfavorecidas de los grandes medios. A Ácana le sugerí hacer una pancarta con los autores. No hay visibilidad para los escritores ni la literatura que escriben. Ahora estoy aquí y la gente no sabe que soy un escritor camagüeyano”.
De pronto llegan dos niños y uno pregunta: “¿Señor, hay algún libro de dos o tres pesos?”. Responde no, y me mira explicativo con señal de no estar obligado a poner precio fijo, por la dinámica de la oferta y la demanda. Al parecer, los baratos rondan los diez pesos, tarifa equilibrada para aventuras, policíacos, ciencia ficción.
“Este es un negocio complicado, con mucha disciplina económica porque hay que comprar constantemente. Casi todo lo que compro es un ejemplar”.
Luego argumenta que las amplias producciones de décadas atrás le favorecen la disponibilidad de determinados textos, pero señala otro asunto.
“La industria editorial cubana no fue concebida como comercial. Ahora se están dando giros a la empresa, pero eso no llega a niveles que cumplan expectativas. Los escritores no tienen la exigencia de un mercado y las editoriales complacen al escritor, no al lector”.
Un
señor se acerca por si le interesan libros repetidos de Historia, de
entrevistas a Fidel Castro, las Obras Completas de José Martí.
“Hágame una lista y a partir de ahí le puedo decir”.
Obdulio Fenelo lleva dos Ferias como librero y le ha ido mejor. El Casino Campestre significa un espacio con mayor privilegio que el pequeño local de la calle General Gómez Nro. 52, entre Maceo y República. No obstante, en el par de años de vida, su librería se ha ido convirtiendo en un sitio de espontánea concurrencia.
“Mucha gente va a tertuliar, gente de un espectro muy amplio, desde testigos de Jehová a comunistas”. Entonces me comenta del interés por convertirla en un espacio cultural, cuando tenga local propio y con mayor holgura, para compartir de su tesoro de coleccionista de libros viejos.
Obdulio Fenelo sigue a la sombra de un gran árbol. A los pies de una mesita colocó el rótulo de su Librería Penélope, de libros y revistas raros y de uso. “Penélope, por Odiseo, símbolo de constancia”, me enfatiza en la despedida, mientras pienso en la utilidad de su criterio y, sin decirle, le agradezco su texto Florida. Yo soy de donde reinaban los guapos, una ofrenda a Ricardo, el Bebo, personaje de su tierra natal. Escribiendo y vendiendo Obdulio Fenelo vive y hace vivir la literatura.
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