Cuando el pueblo en que se ha nacido no está al nivel de la época en
que vive, es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su
pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo (José Martí)
Nené Álvarez quiere cumplir los 100. Ese deseo que da por sentado y el elogio a la sonoridad de su conjunto resultan de los estribillos mejor vividos por él; que tuvo a bien interpretar especialmente este primero de junio, cuando se hizo nonagenario.
Aunque no estaba en sus planes, debió celebrarse por todo lo alto, rectifico, en la segunda planta del Multicine Casablanca, porque un aguacero intempestivo “inundó” la primera. Otra vez a prueba de las inclemencias del tiempo: cada escalón marcó cada hoja de su calendario. Grandioso, Nené.
Arriba mantuvo ese candor que se añeja con la edad, esa sonrisa fascinadora a pesar de tanto. Ante la enorme pantalla parecía sentado frente a ese espejo generoso, el regalo documental de Gustavo Pérez, oportunidad de la mirada del reconocimiento que no han alcanzado a ver ni a recibir otros exponentes de la cultura de Camagüey.
La semana pasada fue muy claro en la conferencia de prensa por el cumpleaños: “Se preparan para oír dos o tres palabras que voy a decir”. Y con brevedad rotunda aseguró que “la hora del premio” le había llegado hace poco, porque en los últimos cuatro o cinco años “es que yo he recibido lo que merecía”.
En las penumbras del centro Fotograma, concebido solo para la noche, comentó del sacrificio inalienable de su huella y del fruto de la entrega: “Ustedes estén claros y estén conscientes de que una de las agrupaciones más responsables en cualquier tipo de actividad son los Soneros de Camacho. Cuento con un pueblo que nos quiere, nos aplaude, y cuento con una dirección, pudiéramos decir de oro: administrador, administradora (representante), director (artístico) del grupo y músicos conscientes del trabajo que se está haciendo. Tengo la satisfacción y el gusto de tener una agrupación como la que tengo actualmente”.
Nené Álvarez tuvo siete hijos, ya le fallecieron dos. Unos despuntaron en la creación, otros en la docencia; todos en la música. Al cine los llevó en su corazón. También su grupo es su familia: “A mí me gusta que me digan Mipa, porque considero que por la edad que yo tengo todos son mis hijos, hembras y varones”.
En el Casablanca a penas habló, tal vez por rubor debido a las coordenadas leídas por Manuel Villabella, entrevistador de larga data; tras el elogio a su voz en el tema Sabor de engaño, traducido en los pasos de una pareja del Ballet de Camagüey; o por las tomas del realizador.
El Embajador del Son lleva por título la obra audiovisual de 17 minutos que pasa como un adelanto de algo mayor. Mas fue precisa para un perfil sin rémora de epitafio, con frustraciones, pérdidas, regocijos y esperanzas, como para confirmar la fortuna de además llamarse (Enrique José) Fortunato: “Yo todavía demoro un rato por aquí”.
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