Sé de
quienes me leen con saña. Me han contado de cartas a la dirección,
de comentarios de pasillo y hasta de reuniones con cuadros de alto
rango en las que en vez de ponerse de acuerdo para solucionar el
problema, el orden del día ha sido un punto: descuartizar a la
periodista. Pero lo de esta semana echa por tierra mi floreciente
carrera de “villana”.
En casi
nueve años de ejercicio no había recibido una lectura que
desencadenara en un desacuerdo colectivo en público. Por lo general
llega el “me gustó” del beneficiario, un agradecimiento
telefónico o a nivel de acera,
sin argumentos en cuanto al texto en sí mismo, a lo que omitió o
mal refirió. A pesar del lastre imperdonable de aún carecer de
estudios de recepción, sin que al menos termine de tabularse la
encuesta circulada en el semanario meses atrás, casi hasta nos hemos
convencido en catarsis de aniversario,
de que escribimos para los jefes y solo existimos para un público
envejecido.
En cambio,
el martes fui la invitada de una peña de adolescentes y jóvenes,
algo doblemente rarísimo; primero, porque de los intelectuales, tal
vez por aquello de “hijos bastardos de la Literatura”,
se nos deja para reproductores de alguien,
más que para generadores de algo; y segundo, por la solicitud
emanada de un segmento etario que en Adelante
tenemos más como utopía que como lectores declarados.
El
encuentro era asignatura pendiente desde la publicación el 23 de
abril en esta página de Otaku
en cubano: entre el querer y el deber ser,
una reflexión acerca de influencias y distorsiones de la cultura
japonesa en nuestro contexto, a partir de un evento nacional que
organiza el Proyecto Manga´Qba, con el auspicio de la Asociación
Hermanos Saíz.
Aquello
explotó como pólvora en el pecho de los seguidores de animes y
mangas.
Como ante una escena del crimen pusieron la lupa hasta en las comas,
incluso el apasionamiento les impidió recibir piropos a flor de
línea. Mi trabajo comenzó a rodar la suerte de guayaba de la
discordia, de ahí que me preparé para un “duelo” con perretas
de muchachos.
Adentro de
la Casa del Joven Creador, en la sala Canal 11, donde cada martes
sucede la peña,
no cabía un alma más. Aguardaban como 50 personas. Desde el
comienzo colocaron sus puntos sobre mis íes. Con mucho respeto, sin
rodeos, argumentaron cada enfoque no compartido, y lo que más adoré
fue su interés por escucharme.
Sintieron
que malinterpreté el Maid
Café.
Según ellos no pretenden alentar una visión sexista de la mujer en
ese divertimento de vestirse de típicas sirvientas. Yo sostengo que
la reproducción de un estereotipo contribuye a la reafirmación de
un símbolo. La ingenuidad no exime del error. Tampoco coincidimos en
el asunto de la búsqueda de la Historia. Uno me dijo que no necesita
mirar atrás, a los 400 años de relaciones del pueblo cubano y el
nipón. Esa negativa priva de argumentos para convencer acerca de su
gusto por lo actual.
Los
términos como otakus
y gamers
motivaron
atinadas intervenciones, porque se sienten marginados en la escuela y
en otros espacios sociales, por el hecho de saberse consumidores
profesionales de realizaciones audiovisuales específicas. Me
advirtieron que las etiquetas los encasillan y los limitan ante los
adultos. Precisamente compartieron anécdotas de adentro y de afuera
del hogar. Elijo para contar de una maestra de preuniversitario que
hizo lectura aberrante de mi texto y cuando Manga'Qba se disponía a
una actividad en el centro, no ocultó su preocupación con cara de
inminente catástrofe, porque los apuntados eran los mejores alumnos.
Otro tema
candente fue el de los valores, que si bien son universales,
ratificaron que hasta en la peor producción hay algo aprovechable.
También enfatizaron en que no les interesa promover ningún
fanatismo, sencillamente ser consumidores con conciencia crítica,
saber lo que están viendo porque incluso aunque no se diga, la
Televisión Cubana tiene en su parrilla, presencia para nada
inestimable de esos “muñequitos” que en alto por ciento no se
hacen para el público infantil.
La peña
del martes me salvó del peligroso camino al que conducen ciertas
rutinas y subestimaciones, por el beneficio de un encuentro verdadero
con lectores, para polemizar de la nube al microbio. El disentimiento
es un derecho, y el deseo del intercambio, indispensable para la
cultura del debate cotidiano, urgente y vital para aterrizar la
agenda de nuestros medios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario