jueves, 9 de junio de 2016

Réplica de lectores


Sé de quienes me leen con saña. Me han contado de cartas a la dirección, de comentarios de pasillo y hasta de reuniones con cuadros de alto rango en las que en vez de ponerse de acuerdo para solucionar el problema, el orden del día ha sido un punto: descuartizar a la periodista. Pero lo de esta semana echa por tierra mi floreciente carrera de villana.
En casi nueve años de ejercicio no había recibido una lectura que desencadenara en un desacuerdo colectivo en público. Por lo general llega el “me gustó” del beneficiario, un agradecimiento telefónico o a nivel de acera, sin argumentos en cuanto al texto en sí mismo, a lo que omitió o mal refirió. A pesar del lastre imperdonable de aún carecer de estudios de recepción, sin que al menos termine de tabularse la encuesta circulada en el semanario meses atrás, casi hasta nos hemos convencido en catarsis de aniversario, de que escribimos para los jefes y solo existimos para un público envejecido.

En cambio, el martes fui la invitada de una peña de adolescentes y jóvenes, algo doblemente rarísimo; primero, porque de los intelectuales, tal vez por aquello de “hijos bastardos de la Literatura”, se nos deja para reproductores de alguien, más que para generadores de algo; y segundo, por la solicitud emanada de un segmento etario que en Adelante tenemos más como utopía que como lectores declarados.
El encuentro era asignatura pendiente desde la publicación el 23 de abril en esta página de Otaku en cubano: entre el querer y el deber ser, una reflexión acerca de influencias y distorsiones de la cultura japonesa en nuestro contexto, a partir de un evento nacional que organiza el Proyecto Manga´Qba, con el auspicio de la Asociación Hermanos Saíz.
Aquello explotó como pólvora en el pecho de los seguidores de animes y mangas. Como ante una escena del crimen pusieron la lupa hasta en las comas, incluso el apasionamiento les impidió recibir piropos a flor de línea. Mi trabajo comenzó a rodar la suerte de guayaba de la discordia, de ahí que me preparé para un “duelo” con perretas de muchachos.
Adentro de la Casa del Joven Creador, en la sala Canal 11, donde cada martes sucede la peña, no cabía un alma más. Aguardaban como 50 personas. Desde el comienzo colocaron sus puntos sobre mis íes. Con mucho respeto, sin rodeos, argumentaron cada enfoque no compartido, y lo que más adoré fue su interés por escucharme.
Sintieron que malinterpreté el Maid Café. Según ellos no pretenden alentar una visión sexista de la mujer en ese divertimento de vestirse de típicas sirvientas. Yo sostengo que la reproducción de un estereotipo contribuye a la reafirmación de un símbolo. La ingenuidad no exime del error. Tampoco coincidimos en el asunto de la búsqueda de la Historia. Uno me dijo que no necesita mirar atrás, a los 400 años de relaciones del pueblo cubano y el nipón. Esa negativa priva de argumentos para convencer acerca de su gusto por lo actual.
Los términos como otakus y gamers motivaron atinadas intervenciones, porque se sienten marginados en la escuela y en otros espacios sociales, por el hecho de saberse consumidores profesionales de realizaciones audiovisuales específicas. Me advirtieron que las etiquetas los encasillan y los limitan ante los adultos. Precisamente compartieron anécdotas de adentro y de afuera del hogar. Elijo para contar de una maestra de preuniversitario que hizo lectura aberrante de mi texto y cuando Manga'Qba se disponía a una actividad en el centro, no ocultó su preocupación con cara de inminente catástrofe, porque los apuntados eran los mejores alumnos.
Otro tema candente fue el de los valores, que si bien son universales, ratificaron que hasta en la peor producción hay algo aprovechable. También enfatizaron en que no les interesa promover ningún fanatismo, sencillamente ser consumidores con conciencia crítica, saber lo que están viendo porque incluso aunque no se diga, la Televisión Cubana tiene en su parrilla, presencia para nada inestimable de esos “muñequitos” que en alto por ciento no se hacen para el público infantil.
La peña del martes me salvó del peligroso camino al que conducen ciertas rutinas y subestimaciones, por el beneficio de un encuentro verdadero con lectores, para polemizar de la nube al microbio. El disentimiento es un derecho, y el deseo del intercambio, indispensable para la cultura del debate cotidiano, urgente y vital para aterrizar la agenda de nuestros medios.

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