Mi niña
nació el 14 de febrero, por la “gracia” de un Aedes. Llegó a
mis brazos amarillita y coronada, 30 horas después de rompérseme la
fuente. Nada sospechábamos de mi fuerza en cero, del porqué quedaba
rendida entre una contracción y otra. Recuerdo al doctor Del Toro
con cara de ver en mí a alguien “demasiado” floja para aquella
prueba de mujer... hasta que agarró el caso por los cuernos, y la
trajo al mundo por parto natural.
Ya en la
sala me dolía la espalda y en dos ocasiones sentí escalofríos,
pero en la rigurosa toma de temperatura jamás el termómetro indicó
alarma febril. Todo, absolutamente todo lo achacábamos a aquellas
horas difíciles, con el consuelo de que pasaría. Aunque ambas
lucíamos bien, el alta demoró un poquito debido al color en la piel
de la pequeña.
La felicidad creció una vez en casa, pero duró poco, cuando se empezaron a notar puntos rojos en mi piel, que en pocas horas eran un rash soberano. Esa erupción suele aparecer en la última fase del dengue. La niña era inmune a la cepa, pero no podíamos estar bajo el mismo techo. Entonces sobrevinieron los peores cinco días de mi existencia.
Imagínenme,
madre primeriza, “condenada” debajo de un mosquitero en la sala
que el hospital materno dispone para la contingencia; y en la casa,
la mayor de las alarmas con aquella cosita para alimentar con
biberón, para enseñar a desbrozar el camino de la vida, sin la
única persona importante para ella por la complicidad de los nueve
meses, sin su mejor conocida, la única capaz de identificar tan solo
por el olor.
El tiempo pasó. Lo cuento rápido aunque tengo la certeza de que cada día duró más de 24 horas. Y se deshizo el temor de muchos porque “aceptó” la lactancia, como si nada hubiera pasado. Del tiro escupió cuanto tete le presentaron en broma, y “patentizó” su fobia al pomo.
Nuevamente
rondan los mosquitos de males peores. A punto de parir, una vecina
fue ingresada por Zika –una emergencia sanitaria global–, y ya su
nena se mantiene sana pero en los servicios de Genética le darán
seguimiento hasta los cinco años, porque la infección se ha
relacionado con enfermedades neurológicas en recién nacidos.
Otro caso cercano es el de una gestante de seis meses a la que interrumpirán el embarazo por las malformaciones en el feto. En audiencia sanitaria nos lo explicó Nilda, la mejor enfermera del sistema solar para mí, porque es la del círculo de mi niña.
De un día a otro los Aedes parecen burlar las medidas de prevención, pero en el fondo del asunto hay mucha culpa humana, en la indolencia de las puertas cerradas, en la irresponsabilidad ante el control vectorial, en la impaciencia de los que no aguardan los minutos de la fumigación con todas las de la ley... en los que no se saben en el menú de un mosquito. No es cuestión de paranoia, sino de conciencia de riesgo. Como no hay vacunas ni tratamientos, la mejor forma de prevención es eliminar o disminuir la presencia del mosquito, y protegerse de las picaduras.
Alma acaba de cumplir tres años. El 14 de febrero sigue siendo un día de amores plenos, pero el entusiasmo del cumpleaños no ha logrado borrar mi cicatriz por un insecto, pariente aquel de los Zikarios que ahora aguijonean en los barrios y confiscan los sueños de las madres que tal vez no puedan cuajar en sus niños la esperanza del mundo.
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