Nació
en Camagüey el 3 de enero de 1938. Aunque ha vivido la mayor parte de su
tiempo en los Estados Unidos, su obra literaria y pedagógica es
prueba fehaciente del arraigo. Comparto fragmentos de un diálogo inédito con esta camagüeyana que
recientemente fue agasajada en el Museo Quinta Simoni. Allí se
conoció que este año la Editorial
Ácana
le publicará la novela A
pesar del amor
Ella
es una de las niñas que nació y se crió en la Quinta Simoni. En
contra de su voluntad debió emprender un viaje de desgarramientos;
sin embargo, Alma Flor Ada Lafuente se resistió a alejarse para
siempre de ese remanso. Cuando la conocí me confió que tenía un
deseo: celebrar sus 80 en el entrañable Camagüey, y este miércoles
lo ha cumplido.
En febrero del 2017, un amigo común nos hizo coincidir. También me acompañaba el colega Eduardo Labrada, quien esa tarde de remembranzas descubrió el lazo filial que los une. Tampoco imaginábamos la grandeza de esta mujer, Profesora Emérita de la Universidad de San Francisco. La Asociación de Educadores Bilingües de California estableció el premio anual Alma Flor Ada Teachership Award, desde el 2008. El Gobierno de México le reconoció con el prestigioso lauro OHTLI su labor en favor de la comunidad mexicana en el exterior. Es, además, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
Su obra literaria abarca poesía, cuento, teatro, memoria, no-ficción, así como textos educativos y libros pedagógicos universitarios, pero ella se ha cultivado para proteger el legado cultural de la familia. Ha publicado más de 200 títulos, pero de todos, los más recurrentes son dos: Tesoros de mi isla y Vivir en dos idiomas, porque contienen recuerdos de su infancia y gran parte de sus memorias.
—Usted
ha demostrado que es posible salir y quedarse al mismo tiempo en un
lugar. Aunque resulte paradójico, ¿qué provocó aquel viaje
“definitivo” y cuáles cicatrices le produjo la emigración?
—Mis
padres quisieron protegernos a mí y a mi hermana Flor de la
dictadura batistiana. En 1957 nos llevaron a estudiar en Miami, donde
ya vivía una de mis tías. Pasé de allí a la Universidad
Complutense de Madrid. Cuando mi madre se enteró que iba a tener una
niña, 21 años menor que yo, quiso estar con su hermana. Así
terminaron mis padres en los Estados Unidos. No fue mi elección
quedar fuera de Cuba sin haberme despedido nunca.
Entonces
Alma Flor nos cuenta de su viaje a Perú para completar los estudios
de doctorado. Allá tuvo tres hijos, se hizo maestra y cobró
conciencia latinoamericana, pero el esposo la hizo regresar a los
Estados Unidos.
“He
tratado de convertir el dolor de la ausencia y la nostalgia por Cuba,
de la que he añorado desde las más humildes hierbas a la ceiba
majestuosa sembrada por mi abuela, en estímulo para la labor, en
fuerza para seguir adelante. Cuando sentía que el
pan que me alimenta siempre será pan ajeno,
como canta la hija de Violeta Parra, me enjugaba las lágrimas y
buscaba en los versos de Heredia y de Tula, en las palabras, siempre,
de Martí, en el recuerdo bizarro de Agramonte, en cada imagen de
Cuba dentro de mí, un alimento más importante que cualquier pan.
“Y
así he vivido siempre en Cuba, porque la esencia de mi ser es toda
Cuba”.
Alma
Flor prefiere continuar el diálogo desde la huella en ella de sus
abuelos, Medardo Lafuente Rubio y Dolores Salvador Méndez, quienes
tuvieron cinco hijos. Él ganó el premio del Concurso de Poesía
organizado aquí por el Centenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Cuando el 24 de febrero de 1912 se erigió la estatua a Ignacio
Agramonte, héroe epónimo del Camagüey, fue uno de los oradores, y
recibió un abrazo de la viuda, Amalia Simoni.
“En
1980 Cuba extendió una invitación a intelectuales cubanos en el
extranjero. Esa experiencia después de tantos años de ausencia fue
extraordinaria. Uno de los momentos más emotivos para mí fue
conocer, en la sede de la Uneac de La Habana, a Nicolás Guillén.
“Cuando
le comenté que en su autobiografía hacía mención a mi abuelo, me
dijo: ‘Sí, buen orador y buen poeta. Verdadero propulsor de la
cultura en Camagüey’. Entonces me miró y enfatizó: ‘¡Ah!,
pero la que era una persona excepcional era su abuela’”.
En
efecto, Dolores Salvador Méndez egresó en La Habana del Colegio
María Luisa Dolz, de ideas progresistas sobre educación, la equidad
de la mujer y su papel como activista social.
“Ella
creía en la importancia de una educación total, que no se limitara
a la instrucción, y en el derecho de todos a la educación. Creó la
primera escuela nocturna que hubo en Camagüey para mujeres
trabajadoras, la Escuela Pública Carlos Manuel de Céspedes. Muchas
damas miraban mal a mi abuela porque tempranito en la mañana tocaba
la puerta, y a la que trabajaba le decía: ‘Estás limpiando la
casa de otra mujer, cuando, si te educas, pudieras tener tu propia
casa’.
“Cuando
se abrió la Escuela Normal en Camagüey, ella quiso presentar a un
grupo de estas alumnas al examen de ingreso. Fueron las únicas
uniformadas. Junto con ellas se examinó mi tía Virginia. Todas
aprobaron. Entre ellas estaban Eduviges y Etelvina Torné. Una llegó
a ser superintendente de escuelas de Camagüey en la Revolución”.
—A
la Quinta Simoni llegan por su bisabuelo, ¿cómo la adquirió?
—Federico
Salvador Arias
compró
la Quinta a los Simoni Argilagos. En el actual museo está el acta de
venta. Poco después de la compra murió de un infarto. No había
hecho testamento, pero como sí había reconocido a los hijos, el
varón de los primeros seis, y el mayor del segundo grupo, hacen la
repartición, tratando de encontrar cierta equidad. Decidieron que la
Quinta Simoni fuera para Federico Salvador Méndez y su hermana
Dolores, mi abuela.
—Me
llama mucho la atención el sentido de la familia. ¿A qué atribuye
esa pasión por bordar la memoria?
—Quise
mucho a mis abuelos. A pesar de que tenía dos años cuando murió mi
abuelo, lo recuerdo vivamente. Él entraba a la Quinta Simoni, y al
lado de la puerta había uno de esos paragüeros grandes, se quitaba
el sombrero de pajilla, lo colgaba, soltaba el bastón y me cogía en
brazos. Me encantaba su olor a tabaco y a tinta de imprenta. Entre
las pocas cosas que tengo de él está el poemario Jornadas
líricas
y las cartas a mi abuela, y recientemente el libro Páginas
rescatadas,
que he publicado con los otros escritos que he podido encontrar.
“Mi
abuela me regaló un ejemplar de Jornadas
líricas
y escribió en la dedicatoria: ‘Recordarás a la que llamabas Mi
Paraíso’. Ella ha sido la persona que más ha influido en mí,
aunque no había cumplido seis años cuando murió. En esa
dedicatoria me dice, ‘apenas
vas
a cumplir cuatro años, y ya pongo en tus manos este libro de Papaíto
Santo’, que es como lo llamábamos. Y luego añade... ‘tú me
dijiste que él tenía cantara lírica...’. Mi abuela me hablaba en
esos términos.
“Yo
sentía la vibración entre estas dos personas. Quería estar entre
los dos, porque me daba la misma sensación que como cuando después
de la lluvia me iba debajo de un naranjo en el patio de los pavos
reales a sacudir los gajos, para que me cayera el agua con el olor a
azahar.
“He
querido darlos a conocer. He querido que no se muera su pensamiento y
sus valores, que no se olvide quiénes son, que la familia los
conozca. Es una urgencia vital para mí. Espero en todo lo posible
mantener vivo su recuerdo”.
―He
escuchado una canción hermosa, Dónde
termina el nacer,
¿por qué prefiere la edad de la inocencia?
―La
escribí cuando cumplí 50 años, porque la vida va del nacimiento a
la muerte, pero no queda siempre claro en qué momento se deja de
nacer y se comienza a morir. Para mí la infancia, la juventud, el
momento en que mis hijos eran niños son de enorme importancia y me
resisto a dejar que desaparezcan.
“Me
niego a pensar que el ser adulta obligue a la niña, la joven que
fui, a desaparecer, porque la considero viva dentro de mí. Y aunque
ahora mi pelo sea totalmente blanco y mi cuerpo muestre el paso de
los años, interiormente me sigo sintiendo joven, y, como digo en la
canción, me
queda la risa revoloteando en el alma.
Quizá por eso me sea tan natural vivir tan unida a Camagüey, aunque
tanto de mi vida haya transcurrido en otros sitios y tenga buenas
memorias de otras partes. Mientras viva, nada me desarraigará de
esos años primeros”.
―Es
la niña, pero hoy también es la abuela...
―Difícil
eso de ser abuela. Jamás me imaginé en el papel, no solo de la
abuela sino de la mayor de la familia, porque como mi tía Lolita no
era mucho mayor que yo y tenía dos primos mayores, nunca me sentí
en el puesto de primogénita, que ocupaban Jorge, porque tenía mucha
personalidad, y Virginita, porque era muy dulce y todo el mundo la
quería. Pero un día murió mi primo, luego murieron mi tía Lolita,
mi prima Virginita, por último mi madre… y de momento la gente
empezó a decir: “tú eres la mayor de la familia...”. ¡Uy! ¡Qué
responsabilidad!
―Mujer
dichosa, acaba de celebrar sus 80. ¿Nos comparte un deseo de
cumpleaños?
―Son
curiosas estas fechas terminadas en 0. Usualmente no pienso mucho en
el próximo cumpleaños hasta unos días antes, pero desde que cumplí
79 todos me recordaban a diario que me esperaban los 80. Sí tenía
un gran deseo: poder celebrarlos en Camagüey, con tantos miembros de
la familia y buenos amigos como fuera posible.
“De
todos, mi mayor sueño ha sido sobre la Quinta convertida en centro
cultural abierto a todo Camagüey. Se ha hecho realidad por el
esfuerzo de muchas personas. Estoy llena de gratitud por todos. Me
siento inmensamente honrada”.
Gracias por el dato, buscare sus obras
ResponderEliminarSaludos
Me alegra serle útil. Abur.
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