No
puedo callar mi angustia por el mundo que se nos impone. No puedo
negar mi obsesión de perseguir lo que pueda ayudarme a comprender e
interpretar la realidad, pues como se ha insistido, interpretar la
realidad es casi llegar a transformarla. Confieso que
premeditadamente yo no andaba buscando este libro de Adolfo
Colombres. Llegó a mis manos gracias al Taller Nacional de Crítica
Cinematográfica, y ha sido un descubrimiento, un tesoro. ¿Por qué?
Cada
vez somos más cómplices del desarraigo afectivo. Buscamos por la
web
el contacto humano, con la torpeza de intentar suplir la carencia del
encuentro personal. Se nos quiere convencer de que la lógica de
nuestro tiempo entraña el vértigo de sucumbir en las autopistas de
la información. Se nos hace creer que valemos por la
hiperconectividad, aunque limite los lazos familiares y fragmente los
espacios de relación cotidiana.