No
puedo callar mi angustia por el mundo que se nos impone. No puedo
negar mi obsesión de perseguir lo que pueda ayudarme a comprender e
interpretar la realidad, pues como se ha insistido, interpretar la
realidad es casi llegar a transformarla. Confieso que
premeditadamente yo no andaba buscando este libro de Adolfo
Colombres. Llegó a mis manos gracias al Taller Nacional de Crítica
Cinematográfica, y ha sido un descubrimiento, un tesoro. ¿Por qué?
Cada
vez somos más cómplices del desarraigo afectivo. Buscamos por la
web
el contacto humano, con la torpeza de intentar suplir la carencia del
encuentro personal. Se nos quiere convencer de que la lógica de
nuestro tiempo entraña el vértigo de sucumbir en las autopistas de
la información. Se nos hace creer que valemos por la
hiperconectividad, aunque limite los lazos familiares y fragmente los
espacios de relación cotidiana.
Esto
que vivimos ya tiene nombre. Se llama modernidad
líquida,
una ocurrencia de Zygmunt Bauman para señalar la atrocidad del
imperio de la seducción y de la obsolescencia. Ante semejante
malestar cultural solo pregunto: ¿es posible anclar hoy nuestras
certezas?
El
argentino Adolfo Colombres ayuda a responder con su Poética
de lo sagrado. Una introducción a la antropología simbólica
(Ediciones ICAIC, 2016), libro peculiar en el panorama editorial
cubano, porque da otra dimensión de la lectura dentro de la
ensayística latinoamericana.
“El
culto a la diferencia se monta sobre la pérdida real de la
diferencia” recalca este autor que ha escrito desde la perspectiva de la
evolución de la especie humana, y ha cumplido su propósito de
ahondar en los procesos de significación de la realidad, para
contrarrestar lo que se ha catalogado como la era del vacío, debido
a la incidencia de imágenes falsas y superficiales.
El
espacio, el tiempo y el nivel de realidad son puntos de vista de los
que depende su poder de persuasión, al desmontar
la mala práctica de caracterizarnos desde la deshumanización y la
mitificación, y por el hecho de asumir la herencia del
desconocimiento como problema de aprendizaje, y no como falta de
humanidad.
Poética
de lo sagrado…
es un ejercicio admirable de la escritura como vínculo sígnico.
También como lección diáfana enseña acerca de procesos y
significados, de una manera de interpretar las situaciones
culturales, y de la importancia de saber integrar las culturas.
Precisamente se ha destacado la contribución de este texto a los
estudios sobre los imaginarios populares, por la reafirmación de la
identidad.
Adolfo
Colombres reivindica el espíritu: “Todos poseemos una zona
sagrada, ajena en principio a las religiones y nuestro deber es no
dejar que la colonicen, que claven en ella sus miserables banderas,
porque entonces se habrá acabado todo, no seremos ya pueblos dignos
sino langostas que se arrojan vorazmente sobre las mercancías”.
El
ensayo alude al fenómeno del individualismo contemporáneo, a lo
frágiles que somos en las sociedades telemáticas, donde se generan
otras formas de fuga y de ausencia del mundo. Cuando nos debatimos
entre la agresión y el temor, andamos con el riesgo de dejar de ser,
y de que se nos arrebate la voluntad de querer ser:
“Quienes
trabajamos con las herramientas del arte y el pensamiento crítico
debemos ser conscientes de que estamos ante una verdadera guerra de
imaginarios, y que para librarla con éxito debemos perfeccionar las
armas milagrosas e intangibles que el hombre fue creando a lo largo
del tiempo para significar la vida, oponiéndose así a los heraldos
de la muerte, que a veces matan con solo decir, sin derramar una gota
de sangre”.
Termino
recomendando la lectura de Poética
de lo sagrado…
con una idea que, gracias a estas páginas, despejan mi interrogante
inicial: ¿es posible anclar hoy nuestras certezas? Nos quedará el
indicio de la duda, mientras no permitamos que nos confisquen la
capacidad de sentir ni el privilegio de pensar.
Ja, uno de los mejores estudios que he leído sobre Casal lo ha escrito una camagueyana, y ahora me encuentro un alma gemela que ama la antropología simbólica y... también es de Camaguey. Definitivamente yo debería ir pensando en permutar mi apartamento habanero por aunque sea un tinajón en la tierra de Agramonte. Ya decía mi madre que Camaguey era la aristocracia de Cuba. Lamento no disponer de tiempo para pedirte permiso, pero este artículo lo voy a rebloguear en mi blog Hija del Aire. Espero no te molestes conmigo porque lo hago con la mejor de las intenciones. Yo también soy periodista. Un placer encontrarte.
ResponderEliminarGina Picart
Yo conocí a Bauman en el Festival Literario de Madeira, y tuve el privilegio de escuchar una conferencia suya sobre la modernidad líquida. Ojalá hubieras estado allí. Fue una experiencia trascendente.
ResponderEliminarGina