Fotos: Javier Lacaba (TV Camagüey) |
Gerardo
Alfonso ha engañado a quienes relacionan sus canas y su barriga de
cincuentón con la imagen del acomodamiento y la dejadez; sin
embargo, en los últimos años —en los que se inscribe su carrera
entera— ha sudado gordo para crear dos géneros musicales, el
ochanga y el guayasón, aunque los entendidos no le hayan hecho caso.
Una
década atrás, cuando vino a Camagüey a iniciar gira de verano
desde el Teatro Principal, le faltaba el valor para defender su
invento, por eso tendía rápido Sábanas
blancas
como si lo suyo solo fueran (Son)
los sueños todavía.
Tampoco
ha cumplido proyectos que entonces nos anunció: ni el programa de
televisión La
isla de la rumba,
cuando la Unesco nada insinuaba de reconocer la rumba como patrimonio
cultural de la humanidad; ni sus tres novelas, ni sus dos libros de
poesía; ni siquiera los discos La
ruta del esclavo
y Té
de jazmín,
este último con las muchachas del grupo —hoy son otras muchachas
porque Gerardo Alfonso se niega a secuestrar el talento y a tomar las
mujeres de la banda como objetos eróticos a fin de comercializarse.
Le quedó pendiente con nosotros una suerte de largo video clip con actores, bailarines, con artistas de aquí, aunque pudo grabar con nuestra Orquesta Sinfónica la suite Leyendas camagüeyanas, que le hace imaginarse un concierto para algún aniversario de la fundación de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
Mirándolo en una década, su vida ha sido un rosario de ideas coartadas por lo coyuntural, o mejor dicho, postergadas por decisión propia porque lo urgente para él está en encontrar la cadencia y el sabor que hagan retoñar en Cuba el guayasón y el ochanga, logrados con elementos latinoamericanos, afrocubanos y campesinos.
Este
lunes 4 de junio hizo escala en el Teatro Avellaneda por su gira
nacional ya con 38 años de trayectoria artística. Además de lo
conocido cantó los guayasones El
viejo que yo quisiera ser,
Lo que Dios te dio
y Al
final de los caminos.
Los títulos afianzan su calibre de cantautor que ha extendido la
irreverencia al plano de la estructura profunda. Él define el
guayasón como la mezcla de la música campesina con el palo de la
música afrocubana, a la que ha sumado otros ritmos.
También le escuchamos Gotica de agua bendita y Si te quisiera, blanca, temas de ochanga, género que muestra como música asimétrica de compases irregulares —comunes en Turquía— cuyo sonido lo define el clarinete. Ya le encontró las cosquillas para ser bailada tanto como el guayasón.
“Como
soy cantautor pienso en temas, no en estribillos. Ahí me sacan la
ventaja Formell y todo el mundo”, comentaba al final del concierto.
Tiene razón. Juan Formell hizo canciones pegajosas y el estribillo
sembró su invento llamado songo, el género que sostiene las
canciones “vanvaneras”, pero los musicólogos hace poco que
hablan de eso, aunque el songo se moviera de hit
en
hit.
Con esa referencia Gerardo Alfonso da para un retrato de rebelde con causa perdida ante las incoherencias de especialistas y críticos, tan ocupados en el asunto inmoral del reguetón, al punto de desconocer el aporte de los empíricos —como él porque no lo respalda un título de academia— y perder la pista o no querer seguirla en cuanto a la evolución de la música en Cuba.
No se habla de lo que no está en un libro, e incluso hay cosas que están, y apenas se mencionan. Radamés Giro ha sido el único atrevido al incluir el guayasón en su diccionario de la música. Aparte de esa reseña, ¿dónde queda la experiencia del performance, el hilo del laboratorio creativo a la consumación con el público? Que conste: Gerardo Alfonso fija en 1983 el nacimiento de su invento.
Ahí radica lo alarmante de la cuestión musical en Cuba hoy, y no en la asistencia, por ejemplo de unas 50 personas al concierto en el “Avellaneda”, porque la multitud dejó de ser indicador positivo acerca del público desde que el reguetón chabacano desborda una plaza y el trap de lo morboso contagia la niñez, la adolescencia y la primera juventud en el país.
Foto: Javier Lacaba (TV Camagüey) |
Gerardo
Alfonso quiere que el ochanga y el guayasón formen parte de la
historia oficial de la música cubana, como la contradanza, el
danzón, el chachachá, el son, el sucu-sucu y el changüí. Y aspira
a más. Aspira a que quienes legitiman desmenucen las obras y busquen
a fondo las raíces, “para que no les pasen gato por liebre”.
Lo anterior apunta a algo medular: entender lo que se ve supone la participación a conciencia, la interpretación de las proyecciones de un cubano, como tantos llenos de proyectos hermosos que eligieron el camino de “un rumbo que confronta”. Gerardo Alfonso empezó a estudiar Electroenergética y se ha consagrado al arte en su magnitud. Ya no corre ni brinca por el escenario, pero anda Cuba para gratificarse con el cariño de su gente. Canta diario en una ciudad diferente, porque lo precisa esta gira prevista hasta el 18 de junio en la Isla de la Juventud.
El 1ro. de noviembre, Gerardo Alfonso cumplirá 60 años. De antemano lo felicitamos por la sabia terquedad, y agradecemos tanto aliento en sus palabras de hace una década, porque, evidentemente, Gerardo Alfonso cumple lo que dice: “Lo que no se puede es renunciar a las cosas en las que uno cree. En primera, creer en eso profundamente y quererlo. No se renuncia. Te pueden dar un golpe, te caes y te levantas, te caes y te levantas… hasta que lo haces”.
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