miércoles, 29 de abril de 2020

Fernando Alonso: «yo no trabajo, yo disfruto»




Es uno de mis orgullos de periodista. Por eso no puede faltar en mi libro de entrevistas Anónimos y públicos. Cubanos con el alma en Camagüey, que preparo con la Editorial Ácana. Con el pretexto del Día de la Danza aprovecho para revisitar el periódico Adelante del 5 de diciembre de 2009. Fernando Alonso no ha muerto.




Fernando quiere bailar otros 95


Quería entrevistar a la leyenda de la danza en Cuba llamada Fernando Alonso, pero una extraña timidez deshizo la formalidad de este oficio de atrevimientos. Llevaba unas pocas preguntas para no perderme en su mar de noventa y cinco años donde casi todo se ha curioseado, mas no todo se ha dicho.
 No disponíamos de mucho tiempo por su agenda de intercambio, como de costumbre, con bailarines del Ballet de Camagüey y estudiantes. Tampoco se había recuperado del viaje a Canadá, donde hacía “su poquito de frío”. Allí estuvo en noviembre compartiendo “los secretos de la enseñanza” con maestros del mundo, invitados a la celebración del aniversario cincuenta de la Escuela Nacional de Ballet de ese país.
 «Ante la seducción de las vocaciones de gimnasta, secretario, radiólogo y explorador cómplice en la fundación de la Sociedad Espeleológica Nacional, elegí la aptitud del hombre que en la corona de la vida danza en diálogo dulcísimo con la experiencia artística de más de siete décadas.». Comenzó.
 Como prometió, regresa para celebrar su cumpleaños, ¿cuánto hay de Camagüey en sus noventa y cinco años?
 Camagüey representa toda una vida. Amo tanto a esta ciudad. No me quedaba tranquilo si no me llevaba algo, y me llevé a toda una familia, a todo una compañía. Sigo sintiendo que el Ballet de Camagüey es mi ballet. Cada vez que puedo vengo a celebrar con él. Son mis primeros noventa y cinco años, los cumpliré el veintisiete de diciembre. También celebramos los treinta de vida artística de Regina y de Minita y los veinticuatro de mi boda.
 Entonces, Camagüey es especial para celebrar…
 Especial para celebrar mis fechas históricas, las fechas que me mueven el corazón.
 Usted es muy modesto, pero no podemos hablar de la academia cubana de ballet sin Fernando Alonso…
 Bueno, mija, trabajé mucho en la escuela cubana de ballet porque veía cómo bailaban los cubanos. Había que ayudar un poquito en las clases por las características que iban apareciendo. Lo primero fue agregar a los ejercicios de ballet, las particularidades de la forma de bailar del cubano, la virilidad de los muchachos, la feminidad de las muchachas, la fuerza y vigor de los chicos, la suavidad y enamoramiento de las chicas. Es muy bonita la combinación. En el escenario salía una pareja preciosa que han celebrado en todas partes del mundo.
 ¿Cuánto les llevó lograr ese estilo?
 Fue desarrollándose solo, con nuestra ayuda, pero poco a poco. En la medida en que vamos aprendiendo, mejoramos y agregamos porque este es un arte en movimiento. No está estático ni vive plantado. Vive en movimiento.
 Son grandes las diferencias entre aquellos primeros bailarines y los actuales…
 Cuando comenzamos pasamos muchas dificultades. Ser bailarín no se consideraba una carrera correcta para un hombre. Debía ser arquitecto, ingeniero, abogado… pero nunca bailarín. Tuvimos que ir no solo educando muchachos sino también al público. Hoy en día eso ha cambiado.
Íbamos al orfanato a escoger muchachos. Como no tenían padres, eran los que podíamos enseñar. Lo logramos con ellos y después con los levantadores de pesas del gimnasio donde practicábamos los ejercicios de piernas y brazos.
Aquellos primeros bailarines fueron tan bien entrenados que ganamos el Gran Prix del concurso de París con un éxito enorme en Giselle, aunque no tenían las condiciones ni los ocho años de práctica de los de hoy.
 Fernando, ¿qué se siente bailando?
 Yo siento un placer enorme, igual que siento un placer enorme enseñando. Por eso cuando me dicen: «¿usted va al trabajo hoy?», digo: «yo no trabajo, yo disfruto».
 ¿Cuál es su mayor sueño?
 Volver a celebrar los próximos noventa y cinco años aquí en Camagüey.
 ¿Cómo ve a los muchachos para el estreno del segundo acto de El lago de los cisnes?
 Estuve viendo un ratico. Están montando la obra, así que no puedo disfrutarla plenamente, como en la función a la que voy a asistir. Déjame tocar madera.
 También presentarán Giselle, con la música interpretada en vivo por la Orquesta Sinfónica de Camagüey.
 Eso es lo ideal porque eso es lo humano. La música no es una máquina que está sonando detrás.
 Lo mismo pasa con la práctica en el escenario. Hablo pensando en el Teatro de la Enseñanza Artística
 El teatrico ese tan bonito tiene un escenario magnífico. No es lo mismo bailar frente a una pared que dentro de un escenario mirando a un público. Hay que contar con ese público. Uno no sabe quién puede estar allí mirando la función.
 Siempre uno tiene muchas preguntas para usted, pero ahora elijo una, ¿cómo es un día en la vida de Fernando?
 Me levanto por la mañana. Como he dormido bastante bien ―porque cuando pongo la cabeza en la almohada, ya no me acuerdo de lo que estaba haciendo―, hago unos cuantos ejercicios para despertarme. Después desayuno con apetito mis cereales, frutas, mi café con leche y luego me voy a disfrutar a las clases de ballet.
 ¿Es una buena receta para vivir noventa y cinco años?
 Sí, les digo, después de almuerzo duermo mi siestecita y voy a ensayar. Cuando regreso hago mis ejercicios correspondientes y ya estoy listo para el noticiero, la cena, la cama y para después continuar en la búsqueda de los otros noventa y cinco años que vienen por el camino.
 

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