Cada
nueva edición del San Juan Camagüeyano me confirma la falta que nos
hace Papito García Grasa, quien fuera un investigador de folclor
cubano y un rumbero natural. Falleció el 10 de junio del 2012, a los
72 años de edad. Hoy comparto el texto publicado seis días después
en el periódico Adelante,
para que nos ilumine desde dondequiera que esté.
Papito
Papito
García me ha puesto la más difícil de las pruebas periodísticas:
escribirle ahora
que
su sonrisa es un dulce recuerdo y su voz un eco en la memoria. Las
palabras huyen de mí para buscarlo en ese espacio mítico donde otra
vez puede caminar y arrollar mientras canta: Señores
camagüeyanos, señores camagüeyanos, asómense al balcón, asómense
al balcón, que ahí viene La Farola sonando el cuero...
Su
barrio fue su escuela natural porque creció muy cerca de un cabildo.
Y sus amigos, la inspiración y la fuente principal de sus búsquedas
de los elementos de las culturas africanas en nuestras raíces,
cuando en Camagüey el tema no interesaba ni a investigadores ni a
historiadores. Lo intuitivo tuvo la guía de eminentes estudiosos
como Argeliers León, quienes también aprendieron de él, pues su
máxima voluntad era compartir el conocimiento.
A
la conga y la rumba le debo el acercamiento a Papito, un día del
2008 cuando por teléfono me contó con inmensa alegría del fortuito
reencuentro con sus informantes, casi medio siglo después.
Al
revisar algunas grabaciones dio con los nombres de los primeros
tocadores del Camagüey. Solo quería sacarlos del anonimato porque
ellos alegraron mucho al pueblo. Su archivo personal constituye un
tesoro invaluable, tanto como el de su mente enciclopédica, de
abundante y exclusiva información que probablemente no supimos
aprovechar y perdimos para siempre.
Camagüeyano
de los entusiastas, de los sencillos y los afables, de los
nostálgicos de la manera de vivir y ser antes en el barrio; de los
que expresan la cultura popular al sentir el ritmo de una conga; de
los que hacen del amor un eterno bolero, el bolero interpretado en el
escenario y en el hogar junto a su mulata Idalgisa.
Quizás
algún lector me reclame las distinciones y los viajes y los eventos
y el amplio andar de un fundador de muchas cosas. Pero este es el
Papito García que conocí, mi vecino de la calle Cisneros, el
viejito siempre sonriente y gentil que desde la puerta de su casa te
entraba a su corazón, y con el primer saludo ya era una persona
entrañable y querida como de toda la vida.
Papito
García me ha puesto la más difícil de las pruebas periodísticas,
y las palabras se vuelven un canto, su canto de despedida: Aé,
Mayombe/ Mayombe llama/ Mayombe me llama/ Mayombe se va/ Mayombe ya
viene/ Mayombe se va...
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