Es uno de mis orgullos de periodista. Por eso no puede faltar en mi libro de entrevistas Anónimos y públicos. Cubanos con el alma en Camagüey, que preparo con la Editorial Ácana. Con el pretexto del Día de la Danza aprovecho para revisitar el periódico Adelante del 5 de diciembre de 2009. Fernando Alonso no ha muerto.
Fernando quiere bailar otros 95
Quería entrevistar a la leyenda de la danza
en Cuba llamada Fernando Alonso, pero una extraña timidez deshizo la formalidad
de este oficio de atrevimientos. Llevaba unas pocas preguntas para no perderme
en su mar de noventa y cinco años donde casi todo se ha curioseado, mas no todo
se ha dicho.
No disponíamos de mucho tiempo por su agenda
de intercambio, como de costumbre, con bailarines del Ballet de Camagüey y
estudiantes. Tampoco se había recuperado del viaje a Canadá, donde hacía “su
poquito de frío”. Allí estuvo en noviembre compartiendo “los secretos de la
enseñanza” con maestros del mundo, invitados a la celebración del aniversario
cincuenta de la Escuela Nacional de Ballet de ese país.
«Ante la seducción de las vocaciones de
gimnasta, secretario, radiólogo y explorador cómplice en la fundación de la
Sociedad Espeleológica Nacional, elegí la aptitud del hombre que en la corona
de la vida danza en diálogo dulcísimo con la experiencia artística de más de
siete décadas.». Comenzó.
—Como
prometió, regresa para celebrar su cumpleaños, ¿cuánto hay de Camagüey en sus
noventa y cinco años?
—Camagüey
representa toda una vida. Amo tanto a esta ciudad. No me quedaba tranquilo si
no me llevaba algo, y me llevé a toda una familia, a todo una compañía. Sigo
sintiendo que el Ballet de Camagüey es mi ballet.
Cada vez que puedo vengo a celebrar con él. Son mis primeros noventa y cinco
años, los cumpliré el veintisiete de diciembre. También celebramos los treinta
de vida artística de Regina y de Minita y los veinticuatro de mi boda.
—Entonces,
Camagüey es especial para celebrar…
—Especial
para celebrar mis fechas históricas, las fechas que me mueven el corazón.
—Usted
es muy modesto, pero no podemos hablar de la academia cubana de ballet sin Fernando Alonso…
—Bueno,
mija, trabajé mucho en la escuela cubana de ballet
porque veía cómo bailaban los cubanos. Había que ayudar un poquito en las
clases por las características que iban apareciendo. Lo primero fue agregar a
los ejercicios de ballet, las
particularidades de la forma de bailar del cubano, la virilidad de los
muchachos, la feminidad de las muchachas, la fuerza y vigor de los chicos, la
suavidad y enamoramiento de las chicas. Es muy bonita la combinación. En el
escenario salía una pareja preciosa que han celebrado en todas partes del
mundo.
— ¿Cuánto
les llevó lograr ese estilo?
—Fue
desarrollándose solo, con nuestra ayuda, pero poco a poco. En la medida en que
vamos aprendiendo, mejoramos y agregamos porque este es un arte en movimiento.
No está estático ni vive plantado. Vive en movimiento.
—Son grandes las diferencias entre
aquellos primeros bailarines y los actuales…
—Cuando
comenzamos pasamos muchas dificultades. Ser bailarín no se consideraba una
carrera correcta para un hombre. Debía ser arquitecto, ingeniero, abogado… pero
nunca bailarín. Tuvimos que ir no solo educando muchachos sino también al
público. Hoy en día eso ha cambiado.
Íbamos al orfanato a escoger muchachos. Como
no tenían padres, eran los que podíamos enseñar. Lo logramos con ellos y
después con los levantadores de pesas del gimnasio donde practicábamos los
ejercicios de piernas y brazos.
Aquellos primeros bailarines fueron tan bien
entrenados que ganamos el Gran Prix del concurso de París con un éxito enorme
en Giselle, aunque no tenían las
condiciones ni los ocho años de práctica de los de hoy.
—Fernando,
¿qué se siente bailando?
—Yo
siento un placer enorme, igual que siento un placer enorme enseñando. Por eso
cuando me dicen: «¿usted va al trabajo hoy?», digo: «yo no trabajo, yo
disfruto».
— ¿Cuál
es su mayor sueño?
—Volver
a celebrar los próximos noventa y cinco años aquí en Camagüey.
— ¿Cómo
ve a los muchachos para el estreno del segundo acto de El
lago de los cisnes?
—Estuve
viendo un ratico. Están montando la obra, así que no puedo disfrutarla plenamente,
como en la función a la que voy a asistir. Déjame tocar madera.
—También
presentarán Giselle,
con la música interpretada en vivo por la Orquesta Sinfónica de Camagüey.
—Eso
es lo ideal porque eso es lo humano. La música no es una máquina que está sonando
detrás.
—Lo
mismo pasa con la práctica en el escenario. Hablo pensando en el Teatro
de la Enseñanza Artística…
—El
teatrico ese tan bonito tiene un escenario magnífico. No es lo mismo bailar
frente a una pared que dentro de un escenario mirando a un público. Hay que
contar con ese público. Uno no sabe quién puede estar allí mirando la función.
—Siempre
uno tiene muchas preguntas para usted, pero ahora elijo una, ¿cómo es un día en
la vida de Fernando?
—Me
levanto por la mañana. Como he dormido bastante bien ―porque cuando pongo la
cabeza en la almohada, ya no me acuerdo de lo que estaba haciendo―, hago unos
cuantos ejercicios para despertarme. Después desayuno con apetito mis cereales,
frutas, mi café con leche y luego me voy a disfrutar a las clases de ballet.
— ¿Es
una buena receta para vivir noventa y cinco años?
—Sí,
les digo, después de almuerzo duermo mi siestecita y voy a ensayar. Cuando
regreso hago mis ejercicios correspondientes y ya estoy listo para el
noticiero, la cena, la cama y para después continuar en la búsqueda de los
otros noventa y cinco años que vienen por el camino.
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