Hace
siete años que este célebre bailarín cumplió su sueño de bailar
para los cubanos de tierra adentro. Como regresa a Camagüey ya con
una compañía, la Acosta Danza, rescato lo que publiqué en el
semanario Adelante, el 27 de noviembre del 2010, como un ejercicio de
entrevista a partir de los únicos cinco minutos que dieron a colegas
de la prensa para intercambiar con él. Espero que la disfruten y no
dejen de verlo mañana en el Teatro Principal, donde Carlos Acosta
volverá a bailar.
“Mi
corazón entero para todos ustedes”
“Caballero,
me van a matar del corazón”, así empezó a despedirse Carlos
Acosta del “Principal”. Le habían entregado las distinciones y
quiso reponer con las palabras aquella suite muy suya de amistad,
amor, de cubanía, para el pueblo camagüeyano: “Mi corazón entero
para todos ustedes”. Después cerraron el telón, pero nosotros,
los intrusos, lo buscamos para que contara más de este teatro y él,
de la gira y su danza para Cuba.
“En el ´89 tenía quince años, vine al festival de danza de Camagüey y obtuve el grand prix en el concurso. Esa fue la única vez que vine y bailé en este mismo teatro”.
Parece
rápido el encuentro pero no, debimos aguardar los 45 minutos de
masaje, inviolables y benditos para cuidar a este hombre que ha
bailado tanto como ángel.
“El
auditorio, fabuloso, altamente educado. Se ve que hay mucha tradición
de ballet en esta provincia. Eso siempre es bueno para nosotros los
artistas. El público estaba muy atento, observando los diálogos,
todas las transiciones. Es una señal de gran cultura”.
Baby,
colega de Radio
Progreso, rompió
ese hielo que nos hizo conformar in situ el cuestionario. Luego
Silva, de la AIN,
salió con una de sus olímpicas preguntas.
— ¿Qué
significado tiene para usted haber bailado en Camagüey, donde ya en
1937 había una academia de ballet?
—Para
todos los cubanos es un gran reto. Me acuerdo cuando apenas era un
estudiante, el Ballet de Camagüey iba a La Habana regularmente a
hacer sus estaciones. Siempre sentí mucha admiración por los
bailarines de esta compañía. También estaba la mano firme de
Fernando Alonso y sus figuras titulares. Entre ellas se encontraban
Barbarita (García), Pedro Martín, Víctor Carnesolta, Guillermo
Leyva, en fin. Nos situábamos en la clase y tratábamos de aprender
de todas esas grandes personas.
“Siempre
es muy bueno presentarse en un escenario donde haya mucha tradición
balletística, como lo es Camagüey”.
Mientras
seguía el hilo de su declaración, recordaba el programa completo de
la noche, que dejó eclipsados a todos. Ante nosotros estaba aquella
figura de la Suite
of Dances donde
parece que levita, de verdad levita. Con esa imagen en la mente,
curioseé:
— ¿La
música del cello
lo estimula especialmente?
—A
mí me encanta la música del cello,
sobre todo la sonata de Rachmaninov. Realmente es un dúo, pero no
cuento en este momento con Viengsay Valdés, que está con el Ballet
Nacional de Cuba en Italia. Como es tan sublime y exquisita esa
sonata, pues dije, la hacemos así y la mantenemos en vivo. A la
gente le encantó. ¿A quién no le va a gustar lo bello y lo
hermoso?
“La
primera coreografía (Suite
of Dances) es una
celebración de la danza y la música, estrechamente casadas. Quise
darles este regalo porque nunca se ha visto aquí. Siempre me he dado
a la tarea de traer coreografías novedosas, que he tenido la suerte
de ver en otros escenarios, para compartirlas también con mi
público”.
La
dramaturgia de la función fue tan sugerente, que todos advirtieron
cuando llegaba a su fin. Fue derroche técnico y plenitud expresiva,
conexión del alma y el cuerpo. Silva no podía menos que averiguar:
— ¿Cuáles
son las principales satisfacciones de este recorrido hasta ahora?
—El
amor que me han dado. Es una experiencia para todo el mundo. Para mí
lo es definitivamente. Es un reencuentro con mi gente que no ha
tenido la posibilidad de verme, solo por la televisión. No es lo
mismo verme en vivo. Y es bueno que el mulato todavía puede saltar y
bailar como es, y que no sea demasiado tarde para que puedan
presenciar mi arte.
Nunca
había sentido esa sensación de deslumbramiento total, de no atinar
a decir palabra alguna. Carlos Acosta exacerbó el deseo de ver
ballet, buen ballet. El arte se lleva dentro, sin alardes, uno lo
descubre. En eso de ir a lo profundo, Daymaris, de la emisora
provincial, interpeló:
—Con
tantos escenarios magistrales en los que ha estado, ¿qué se siente
al actuar en Cuba?
—Lo
de uno es lo de uno. Nada es tan sabroso como lo de uno y ese calor
que me han dado, todo sabe completamente distinto. Como cubano siento
por mi tierra, por el barrio que me vio nacer, por su gente. Nada me
da más placer que poder compartir todos esos logros. Desde muy
pequeño he estado viajando, cultivándome, la danza me ha llevado
hacia otras latitudes. Ahora tengo la posibilidad de escoger lo que
quiero hacer, ahora es el momento de bailarle más a Cuba.
Por
Carlos Acosta se armó aquí un movimiento popular. El “Principal”
desbordó su capacidad; sin embargo, muchos camagüeyanos quedaron
con las ganas de sentir, como quien dice, su respiración. Es tan
transparente y natural que de habérselo propuesto, hubiera empinado
papalote con nosotros en cualquier plaza. Esa modestia lo
universaliza y lo eleva aunque, a veces, él también se resista. Por
eso dudé en voz alta:
— ¿Con
tanta gloria y tantos éxitos, no sintió miedo o algún temor al
asumir la gira?
—No,
no. Miedo no. Temor, ¿por qué? La gente me lo agradece y las
condiciones tal vez no sean las ideales. Para el ballet, como para
todas las artes, se requieren condiciones específicas. El teatro
quizá no tenga el equipamiento que deba, tenemos que estar
inventando por las luces, por el audio, pero eso es entre cubanos,
aunque sea como sea, con una vela. El piso... uno no es una máquina.
Llego y tengo que bailar, sin tiempo de adaptar mi cuerpo a ese tipo
de dependencia. No va a ser lo ideal, las piruetas, pero lo que
importa es el espíritu. El espíritu va a estar.
Ya
en su rostro se notaba el agotamiento después de una jornada intensa
que dejó con sed de verlo más en la escena. Con ese egoísmo sano
apenas advertimos su esfuerzo extraordinario. Si no hubiera sido
pandillero cuando chico, a lo mejor ahora anduviera con la nariz
respingada y ni se le ocurriría esta locura de la gira. Entonces
alguien, por todos, consultó por última vez.
—Camagüey
se ha rendido hoy a sus pies, ¿lo percibió así?
—Sí,
sí, sí. Fue algo muy bonito. Me hubiera gustado hacer dos funciones
más, lamentablemente no tengo tiempo, pero ya volveré, ya volveré.
El
dolor le empezaba en el cuerpo. Entre las emociones y el empeño
físico, como le sucede a los bailarines cuando termina la función,
uno queda devastado, metafóricamente hablando. Él debía ir a
comer. Era casi la medianoche. Aquellos pocos minutos, alrededor de
diez, mostraron que este cubano tiene siempre su telón abierto. Nos
regaló esta pequeña parte de un tiempo valiosísimo, que ahora
compartimos con usted, con la invitación a completar esta entrevista
a muchas voces, por el tinajón que le debemos a Carlos Acosta.
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