El
baobad dormía en el secreto de la tierra hasta que tuvo la fantasía
de despertar, hace casi 100 años, en la ciudad de Camagüey. De
niños aprendimos a temerle, porque si crecía en el pequeño planeta
de las lecturas de infancia, podía destruir la casa de El
Principito.
Pero el nuestro, plantado con las manos amorosas de los profesores de
la antigua Escuela Agrícola, ¿realmente ha sido un árbol terrible?
Terrible
pudiéramos considerar su origen de leyenda. Cuentan que era uno de
los árboles más bellos de África, por su follaje y sus flores,
pero la vanidad le creció tanto que los dioses le enterraron las
ramas y dejaron a la vista sus raíces. Tal vez para prolongar el
castigo, le condenaron a vivir hasta 3000 mil años.
Según el botánico Roberto Adán Pérez, profesor de la Universidad de Camagüey, en el lejano 1916 además plantaron un caguairán, tres guáimaros y un zapote negro, que conforman el patrimonio del actual Instituto Politécnico de Agronomía Álvaro Barba Machado, ya compartido con el emergente Parque Botánico “Julián Acuña Galé”.
¿Por qué son especies curiosas? El caguairán, más popular por la alegoría a nuestro incólume Fidel Castro, provee madera de la más valiosa, dura, resistente, compacta e incorruptible. También se le conoce como quiebra hacha.
Una rareza, el guáimaro, da nombre al municipio oriental, aunque allá se encuentren pocos, algo contradictorio porque, como buen “invasor”, dondequiera germina. Su fruto se come y de la semilla se logra harina valiosa para humanos y animales.
Hay
muy pocos zapotes negros en Cuba. Su fruto, excelente laxante, le
recuerda a muchos el sabor del níspero. Cuando madura es verde por
fuera y negro por dentro. En cambio, se utiliza poco.
El Parque Botánico tiene en vivero cientos de especies interesantes. Dentro de unos años, porque debemos darle al menos un lustro de chance para crecer lo suficiente como para admirar, podremos encontrar la maderable sabina, unos plátanos que solo producen semillas o la única corifa de la provincia, la que demora 60 años para florecer y morir de súbito, y que con dos de sus hojas techa una casa pequeña.
Con sombra y elegancia luciremos la colección completa de bambú, gracias al jardín de Cienfuegos, o el coco africano, de amplio racimo y cuyo fruto esconde tres semillas. Debe comerse antes de caer al suelo, porque se pone rancio. Imagino que lo tumbará un alpinista, pues deja chiquita a la palma y al coco caribeño.
Entre tanto, tenemos valiosas plantas del mundo como el baobad, que el profesor Adán califica como el más grueso de Camagüey. Aunque nos haga sentir pequeños a su lado, también nos aporta vitamina C con sus frutos que, de molerse o asarse, permiten colar algo parecido al café. Ahora mismo está pletórico, con follaje y florecido, como solo consigue en verano. Despertemos entonces como buenas semillas humanas de la tierra.
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