Le
insisto que se dice “no sé”, y en seguida lo repite correcto,
pero vive
todavía
en la etapa también del “me poní”; por eso ante situaciones
similares, aunque sea muy certera con
la acción, me sigue mal vistiendo el verbo.
Mi
niña ya tiene tres años y medio, y la disfruto plena de
ocurrencias, a pesar de la crisis de la edad; al parecer la crisis
será permanente. Me han confirmado que da a los dos, a los tres, a
los cuatro… y
a la verdad, lo he “sufrido” en carne propia con mi sobrino
Daniel, quien acaba de cumplir los cinco y es el otro niño de la
casa.
Realmente
no me alarmo con su manera de nombrar las cosas, debido a los últimos
truenos de la Real Academia Española. Entre los 20 vocablos
admitidos este año figura “palabro”,
para referirse a palabra
rara o mal dicha;
“toballa”,
modismo
de toalla o pieza de felpa; “otubre”,
válido igual que octubre; y “ño”,
diminutivo
de señor. ¿Acaso no están como salidos de la boca de un niño?.
La
primera vez que Alma
quiso
decir zoológico, la lengua se le enredó y le salió “codócolo”.
Por esa fecha su animado preferido era el largometraje Albert.
Atribuyo dos razones a ese gusto: una, así llaman a su papá varios
amigos y parientes; dos, el derrotero del protagonista, un niño que
logra ser capitán de globo aerostático.
Ella
hace “trampa” cuando quiere algo. Usualmente pasa a la hora del
baño, para ganar minutos de chapuzón en la palangana. Entonces
sugiere que yo
vaya
de paseo a la cocina. Cuando tenía a Albert
en
apogeo pidió se le buscara un “globo aerostático”, y esos
términos los dijo clarito clarito.
Ahora
le ha dado por hacer de bailarina, con
su abuelo
de
pareja. Los
“disfruto” con el estómago hecho escalofríos porque en algún
momento caerán “reventaos” en el piso, pero no, no les ha pasado
nada. Al
final regala
un simpático saludo a cambio de los
aplausos. Cuando le pregunté dónde lo había aprendido, solícita
respondió:
─Me
salió de la cáscara.
─ ¿Y
qué es eso?
─La
cáscara está en el corazón.
Lleva
dos semanas en casa, y su pregunta de desayuno es si todavía está
de vacaciones. Ya me ha amenazado con que llorará
cuando la
lleve para el círculo. Ese
rechazo a la rutina preescolar se ha arreciado desde que el primo
anda lejos con la madre. Recientemente, acabadita de tomar la leche,
me dio tremendo susto:
─Ay,
tengo un mareo...
─¿Te
pasó aquí?, le interrogué con los dedos en su frente.
─Es
que extraño a Dani. Yo quiero ver a Dani todos los días.
Evidentemente
hay cosas que no sabe y que tampoco puede entender, hay casos que hasta a los adultos nos cuesta digerir. Todo sería distinto si cuando entre grandes falla el sentido común nos ilumináramos con la sabiduría infantil.
Aún sigo absorta con su propuesta del otro día: “Mamá, ¿quieres
que te invite a salir de vacaciones?”.